26 de Septiembre
Van Helsing deja ojipláticos de formas muy distintas a los dos «amigo John»
DIARIO DE JONATHAN HARKER
26 de Septiembre
No pensaba volver a escribir en este diario jamás, pero ha llegado el momento de hacerlo. Cuando llegué a casa ayer por la noche Mina tenía la cena lista y, una vez hubimos cenado, me habló de la visita de Van Helsing, de cómo le había dado los dos diarios transcritos y de lo preocupada que ha estado con respecto a mí. Me mostró la carta del doctor, probando que todo lo que había registrado era cierto. Me siento como si hubiera nacido de nuevo. Era la duda de a qué podía llamar realidad lo que en verdad me estaba destrozando. Me sentía impotente, en la oscuridad y sin poder confiar en nadie. Pero, ahora que sé, no tengo miedo, ni siquiera del Conde. Lo ha conseguido al final; su plan de llegar a Londres, y era él lo que vi. Ha rejuvenecido, pero, ¿cómo? Van Helsing es el hombre que le puede descubrir y cazarle, si se parece lo más mínimo a la persona que Mina me ha descrito. Nos quedamos sentados hasta tarde y hablamos sobre todo ello. Mina se está vistiendo, y yo debería llamar al hotel en unos minutos y decirle que venga…
Estaba, creo, sorprendido de verme. Cuando entré al cuarto en el que él estaba y me presenté, me tomó por los hombros y me hizo girar la cara hacia la luz, para decir, tras un agudo escrutinio:
–Pero... Madam Mina me dijo que estabas enfermo, que habías pasado por un severo evento traumático –. Era tan gracioso oír como mi mujer era llamada «Madam Mina» por este anciano bondadoso de rostro severo que sonreí y dije:
–Estaba enfermo y he pasado por un evento traumático, pero ya me he curado.
– ¿Y, cómo?
–Gracias a su carta a Mina la noche pasada. Tenía mis dudas, y entonces todo se volvió una vorágine de irrealidad y no sabía en qué podía confiar, incluso en lo que mis propios sentidos me mostraban. Sin saber en qué confiar, no sabía que hacer; así que lo único que podía hacer era seguir trabajando y así esto se hubiera convertido en el ritmo entero de mi vida. Este nuevo ritmo dejó de funcionarme y empecé a desconfiar de mí mismo. Doctor, usted no sabe lo que es dudar de todo, incluso de uno mismo. No, no lo sabe usted; no podría con cejas como las suyas –. Pareció complacido, se rio y dijo:
– ¡Sea entonces! Eres fisonomista. Aprendo más aquí cada hora que paso. Es mi absoluto placer el desayunar con vosotros y, oh, señor, me perdonarás el cumplido por parte de un viejo, pero su mujer es una bendición –. Podría escucharle alabar a Mina durante días, así que simplemente asentí y me mantuve en el sitio en silencio.
–Es una de esas mujeres de Dios, creadas por Su propia mano para mostrarnos a los hombres y otras mujeres que hay un Cielo al que aspirar, y es su luz la que llega hasta la Tierra. Tan honesta, tan dulce, tan noble, tan poco egoísta…y eso, déjame decirte, es muy poco habitual en estos tiempos; tan escépticos e interesados. Y tú, señor…he leído todas las cartas enviadas a la Señorita Lucy y en algunas se habla de ti, así que te conozco desde hace días por el conocimiento de terceros, pero he visto a tu verdadero «yo» desde ayer por la noche. Me darás tu mano, ¿verdad? Y así seremos amigos por toda nuestra vida.
Nos dimos la mano y fue tan sincero y amable que sentí como me perdía en su gesto.
–Y ahora, ¿puedo pedirte algo más de ayuda? Debo llevar a cabo una tarea de gran importancia y al principio hace falta saberlo. Me puedes ayudar. ¿Me puedes explicar qué había pasado antes de tu ida a Transilvania? Más tarde puede que te pida más ayuda y en una materia diferente, pero de primeras con esto bastará.
–Mire, señor, ¿tiene lo que vaya a hacer que ver con El Conde?
–Lo tiene –dijo, solemnemente.
–Entonces le apoyo en cuerpo y alma. Si se va en el tren de las 10:30, no tendrá tiempo de leerlos, pero puedo facilitarle el conjunto de mis papeles. Puede llevárselos con usted y leerlos en el tren.
Después del desayuno, lo acompañé hasta la estación. Estábamos despidiéndonos cuando dijo:
–Podrías venir a la ciudad si te aviso y tráete a Madam Mina también.
–Los dos estaremos allí cuando así nos lo pida –dije.
Le había conseguido los periódicos de la mañana y de la noche previa en Londres y, mientras hablábamos junto a la ventana del carruaje, esperando a que el tren se pusiera en marcha, empezó a ojearlos. Sus ojos parecieron fijarse de golpe en uno de ellos, «La Gaceta de Westminster» (lo reconocí por el color) y palideció visiblemente. Leyó algo con absoluta concentración, gruñendo para sí.
–Mein Gott! Mein Gott! ¡Tan pronto! ¡Tan pronto! –no creo que recordara mi presencia en aquel instante. Justo entonces el silbato sonó y el tren comenzó a moverse. Esto le hizo volver en sí y se asomó por la ventana y, dirigiéndose a mí, gritó:
–Todo mi amor para Madam Mina; le escribiré tan pronto como pueda.
DIARIO DEL DOCTOR SEWARD
26 de Septiembre
No hay tal cosa como la Finalización. No ha pasado ni una semana desde que dije «Finito» y, sin embargo, aquí estoy; empezando de nuevo o, mejor dicho, volviendo al mismo asunto. Hasta esta tarde no tenía razón alguna para pensar en lo ocurrido. Renfield ha logrado estar, a todas luces, más cuerdo que nunca. Va muy avanzado con su negocio de las moscas y acaba de empezar con la línea de arañas, así que no ha sido mayor problema para mí. Recibí una carta de Arthur, escrita el domingo, y de ella entiendo que está sobrellevándolo todo maravillosamente bien. Quincey Morris está con él y eso es una gran ayuda, pues él mismo rebosa ánimos. Quincey me escribió un par de líneas también, y por sus palabras entiendo que Arthur está empezando a recobrar parte de su antiguo optimismo; así que todo esto ha logrado que mi mente pueda descansar. En lo que respecta a mi propia persona, estoy empezando a sentir el entusiasmo que solía invadirme por mi trabajo, así que creo que es justo decir que la herida que la pobre Lucy dejó ha empezado a cicatrizar. Sin embargo, todo ha vuelto a reabrirse; y lo que ocurre al final es algo que solo Dios sabe. Tengo una idea sobre lo que Van Helsing cree saber, pero si me guío solo por la curiosidad, me dejará saber muy poco cada vez. Fuimos a Exeter ayer, y nos quedamos toda la noche. Hoy él ha vuelto y entrado como poseído a mis habitáculos en torno a las cinco y media, prácticamente azuzándome la Westminster Gazzete de la noche anterior.
– ¿Qué opinas de esto? –preguntó conforme se apartaba, cerrando los brazos sobre su pecho.
Miré el periódico por encima, pues realmente no sabía a qué se refería; pero me lo quitó y señaló a un párrafo sobre niños siendo engañados para alejarlos de sus hogares en Hampstead. No me decía demasiado, hasta que llegué a un pasaje donde describía pequeñas heridas en torno a sus cuellos. Se me ocurrió de golpe una idea, y alcé la vista.
– ¿Y bien? -dijo.
– Es como lo que le pasó a la pobre Lucy.
– ¿Y qué conclusiones puedes sacar?
–Simplemente, que guardan una causa en común. Sea lo que sea que la hirió los ha atacado a ellos.
Me costó entender su respuesta:
–Eso es cierto de forma indirecta, pero no directa.
– ¿A qué te refieres, Profesor? –pregunté. Estaba algo tentado a no tomarme demasiado en serio su solemnidad (pues, después de todo, tras cuatro días de descanso, libres de verme consumido por la angustia tremebunda, veía mis ánimos algo restaurados), pero cuando vi su rostro, recuperé toda seriedad. Nunca, ni siquiera en mitad de nuestra desesperación por la pobre Lucy, le había visto tan severo.
– ¡Dígamelo! No puedo conjeturar anda. No sé qué pensar, y no tengo información en la que basarme.
– ¿Me quieres decir, amigo John, que no sospechas la razón por la que Lucy murió; ni siquiera tras todas las pistas dadas, no solo por los eventos, sino también por mí?
–De postración nerviosa tras una gran pérdida o desgaste de sangre.
– ¿Y cómo se perdió o desgastó dicha sangre? –Negué con la cabeza. Él avanzó hacia mí y se sentó a mi lado antes de continuar –. Eres un hombre inteligente, amigo John; razonas bien y en tu intelecto eres arriesgado, pero estás lleno de prejuicios. No dejas que tus ojos vean, ni que tus orejas oigan, y aquello que está fuera de tu rutina no es de tu incumbencia. ¿No crees que hay más cosas que no puedes entender, y sin embargo existen; que alguna gente ve cosas que otros no pueden? Pero hay cosas viejas y nuevas que no pueden ser contempladas por los ojos del hombre, pero saben (o creen saber) algunas cosas que otros hombres les han contado. Ah, es la culpa de nuestra ciencia que quiere explicarlo todo; y si no lo explica, entonces dice que no hay nada que explicar [dilo rey]. Pero, a pesar de ello, vemos cosas a nuestro alrededor todos los días que hacen aparecer nuevas creencias, que se piensan a sí mismas nuevas; y que no son sino las viejas, que pretenden ser nuevas…como las damas elegantes en la ópera. Supongo que no crees en la transferencia corporal. ¿No? Tampoco en la materialización. ¿No? Ni en la proyección astral. ¿No? Ni en la lectura del pensamiento. ¿No? Ni en el hipnotismo…
–Sí. Charcot lo ha probado con bastante fiabilidad –sonrió y continuó:
–Entonces, estás satisfecho con ello, ¿verdad? Y por supuesto que entiendes cómo funciona, y puedes seguir el pensamiento del gran Charcot (¡aunque ya no lo es más!) hasta la mismísima alma del paciente que influencia. ¿No? Entonces, amigo John, ¿tengo que entender que tu simplemente aceptas el hecho, y estás satisfecho permitiendo que de la premisa a la conclusión haya datos perdidos? ¿No? Dime (pues soy un estudiante del cerebro) cómo aceptas el hipnotismo y reniegas de la lectura de mentes. Déjame decirte, mi amigo, que hay cosas hechas a día de hoy en las ciencias eléctricas que podrían hacer sido tachadas de sacrílegas por los mismísimos hombres que descubrieron la electricidad…que a sí mismo no mucho antes hubieran sido quedamos por brujería. Siempre hay misterios en la vida. ¿Por qué Matusalén vivió novecientos años, y el «Viejo Parr[1]» ciento sesenta y nueve, y, sin embargo, la pobre Lucy, con la sangre de cuatro hombres en sus pobres venas, no pudo ni vivir un día? Pues, si hubiera vivido un solo día más, la podríamos haber salvado. ¿Conoces todos los misterios de la vida y la muerte? ¿Conocemos la totalidad de la anatomía comparativa y me puedes decir entonces por qué las cualidades de los brutos están en algunos hombres, y no en otros? ¿Puedes explicarme por qué, cuando algunas arañas mueren pequeñas y jóvenes, aquella gran araña vivió por siglos en la torre de la vieja iglesia española y creció y creció, hasta, trepando hacia abajo, podía beberse el aceite de los candelabros de las iglesias? ¿Me puedes decir por qué en Pampas, allí y en cualquier otro sitio, hay murciélagos que vienen en el amparo de la noche y abren las venas de rebaños y caballos para dejarlos secas; cómo en algunas islas de los mares de poniente hay murciélagos que pueden colgar de árboles todo el día, y aquellos que los han visto describen como un impensable gigante, y que cuando los marineros duermen en cubierta, porque hace calor, vuelan sobre ellos y, entonces…y, entonces, en la mañana se encuentran hombres muertos, pálidos tal y como la Señorita Lucy estaba?
– ¡Dios bendito Profesor! –dije, levantándome –. ¿Me está diciendo que a Lucy la mordió un murciélago, y que tal cosa está aquí en Londres en el Siglo XIX? –Gesticuló con la mano para que guardara silencio y continuó:
– ¿Puedes explicarme por qué la tortuga vive más que generaciones enteras de hombres; por qué el elefante resiste durante dinastías enteras; y por qué el loro nunca muere a no ser que sea mordido por un gato, perro u otro incidente ajeno a sí mismo? ¿Me puedes decir por qué los hombres creen en todas las épocas y lugares que hay unos pocos que viven para siempre si se les permite; y que hay hombres y mujeres que no pueden morir? Todos sabemos…porque la ciencia ha respondido por ello…que hay sapos en letargo en zonas rocosas por miles de años, encerrados en un agujero tan pequeño que tan solo los puede contener a ellos mismos desde que el mundo era joven. ¿Me puedes explicar cómo un faquir indio puede provocarse su propia muerta y ser enterrado, y su tumba sellada y trigo plantado sobre ella, y este trigo recogido y cortado y reemplazado de nuevo, y hay hombres que vienen y se llevan el cerrojo sin abrir y allí yace el faquir indio, no muerto, sino en pie para caminar entre hombres como antes? –Aquí le interrumpí. Me estaba quedando estupefacto; estaba saturando tanto mi mente con esta lista de excentricidades de la naturaleza y las posibles imposibilidades que mi imaginación empezaba a echar humo. Tuve la débil idea de que trataba de enseñarme alguna clase de lección, como solía hacer cuando estudiaba en Ámsterdam; pero solía explicarme la tesis central, para que así pudiera tener el objeto de escrutinio en mente todo el tiempo. Sin embargo, ahora, estaba sin ayuda alguna, y a pesar de ello quería entenderle, así que dije:
–Profesor, déjeme ser su estudiante favorito de nuevo. Dígame la tesis, para que así pueda aplicar su conocimiento conforme hable. En el momento presente voy de punto a punto dentro de mi mente como un loco sigue a una idea, y no uno de los cuerdos. Me siento como una novicia moviéndose con pesadez entre una espesa niebla, saltando de una mata de hierba a la siguiente en el mero e inútil esfuerzo de avanzar sin saber a dónde voy.
–Ese es un buen juego. Bueno, debo decírtelo. Mi tesis es la siguiente: quiero que creas.
– ¿Creer el qué?
–Creer en cosas que no puedes. Déjame ilustrarlo: una vez oí a un americano que definía «fe». «Aquella facultad que nos permite creer en cosas que sabemos no ciertas». Pues una vez, sigo el hilo de pensamiento de este hombre. Se refería a que debemos tener una mente abierta y no dejar que una comprobación de la veracidad en el apuro de compararla con una Gran Verdad, como una pequeña piedra frente a un camión en ruta. Primero tenemos que encontrar la verdad pequeña. ¡Pues qué bien! La guardamos y evaluamos; pero al mismo tiempo no debemos suponerla la verdad absoluta del universo.
–Entonces, quieres que no me deje guiar por previas convicciones que puedan dañar mi receptividad en respecto a lo que me vayas a contar. ¿Sigo bien la lección?
–Ah, aún eres mi pupilo favorito. Merece la pena enseñarte. Ahora que estás listo para entender, has dado el primer paso para aprender. Piensas ahora que todos esos pequeños agujeros en los cuellos de los niños fueron hechos por lo mismo que lo hizo en la Señorita Lucy?
–Supongo –. Se puso de pie y dijo, con solemnidad:
–Entonces, te equivocas. Oh, ¡ojalá fuese así! Pero, ¡sin embargo! Es peor. Mucho, mucho peor.
–Dios mío, Profesor Van Helsing, ¿a qué se refiere? –casi estaba llorando.
Se dejó caer con un gesto desesperado en una silla, y apoyó los codos en la mesa, cubriendo el rostro con sus manos mientras hablaba.
– ¡Fueron hechos por la Señorita Lucy!
DIARIO DEL DOCTOR SEWARD
Continuación.
Por un momento, una ira animal tomó el control de mi cuerpo. Parecía como si hubiera golpeado a Lucy en la cara cuando aún vivía. Golpeé la mesa con violencia y me levanté mientras le decía:
–Doctor Van Helsing, ¿se ha vuelto loco? –Alzó la cabeza y me miró, y de alguna forma, la ternura de su rostro me calmó en un momento –. ¡Ojalá lo estuviera! La locura haría esto más llevadero de lo que es ahora mismo. Oh, mi amigo, ¿por qué, crees, que he dado tantos rodeos, por qué me ha tomado tanto el decirte algo tan simple? ¿Ha sido acaso porque te odio y siempre te he odiado? ¿Ha sido porque deseo hacerte sufrir? ¿Acaso quería, ahora demasiado tarde, venganza por aquella vez en la que me salvaste la vida, de una terrible muerte? ¡Oh, no!
–Discúlpeme –dije. Él continuó:
–Mi amigo, ha sido porque deseaba ser delicado en cómo decírtelo, pues sé que amabas a la dulce dama. Pero incluso ahora no espero que me creas. Es muy difícil aceptar de una vez una verdad abstracta, y dudamos de todo esto como posibilidad cuando siempre hemos creído en la negación presente; es más difícil aún de aceptar una verdad concreta cuando esta es triste, y más una así concerniente a la Señorita Lucy. Esta noche te lo probaré. ¿Te atreves a acompañarme?
Esto me descolocó. Un hombre no prueba una vez así sin más; Byron exceptuado de esta categoría, celos.
«Y probar la pura verdad debe ser el más odiado».
Vio mi duda y habló:
–La lógica es sencilla; nada de lógica de loco ahora, saltando de parcela a parcela en mitad de un pantano nublado. Si no es cierto, entonces las pruebas serán un consuelo; en el peor de los casos, no hará daño. ¡Si es cierto! Ah, ahí está el terror; más el mismísimo terror debe ayudar a mi causa, pues está necesitada de cierta credibilidad. Ven, te contaré lo que propongo: primero, que vayamos ahora a ver a ese niño en el hospital. El Doctor Vincent, del North Hospital, donde los periódicos dicen que está el niño, es amigo mío, y creo que tuyo, pues compartisteis clase en Ámsterdam. Dejará a dos científicos estudiar su caso, si no dejara a dos amigos. No debemos decirle nada, tan solo que deseamos aprender. Y entonces…
– ¿Y entonces? –Sacó una llave de su bolsillo y la alzó –. Y entonces pasamos la noche, tú y yo, en el cementerio donde yace Lucy. Esta es la llave que sella su tumba. Me fue entregada por el hombre del féretro para dársela a Arthur –. Mi corazón se hundió dentro de mí, pues sentí que había un escalofriante calvario a punto de sucedernos. Sin embargo, no podía hacer nada, por lo que traté de hincharme de coraje tanto como mi corazón lo permitió y le dije que más valía la pena apresurarse, pues la tarde no iba a durar para siempre…
Encontramos al niño despierto. Había estado durmiendo y comido algo, y en general parecía estar recuperándose. El Doctor Vincent le quitó el vendaje del cuello, y nos mostró los pinchazos. No había posibilidad de no ver las similitudes con aquellos que habían estado en el de Lucy. Estos eran más pequeños y sus bordes parecían más recientes; eso era todo. Le preguntamos a Vincent a qué los atribuía y nos explicó que debía de haber sido el mordisco de algún animal, quizás alguna rata; pero, por su parte, estaba inclinado a pensar que había sido cosa de los murciélagos que tan numerosos eran en la parte norte de Londres.
–Entre tantos que no hacen daño alguno –nos dijo–, podría haber algún espécimen salvaje del Sur de alguna raza más maligna. Algún marinero puede haberlo traído hasta aquí y ha logrado escapar; o incluso de los Jardines Zoológicos uno de los más jóvenes ha podido escapar, o igual uno que haya sido cruzado con un vampiro. Esas cosas ocurren, ya sabéis. Hace tan solo diez días un lobo se escapó y fue, creo, seguido hasta esta dirección. Durante toda la semana siguiente, los niños no jugaban a nada que no fuera «Caperucita Roja» en el Heath y cualquier callejuela que encontraban hasta que el miedo a la «dama sangüenta» se instauró, desde cuando ha sido una estrella entre ellos. Incluso este pobre mico, cuando se ha despertado hoy, le ha preguntado a la enfermera si podía marcharse. Cuando le ha preguntado por qué quería irse, ha dicho que quería jugar con la «Dama Sangüenta».
–Espero –dijo Van Helsing –, que estés mandando a estos niños a casa avisando a los padres de mantener estrecha guardia sobre ellos. Esta manía de deambular es de lo más peligrosa; y si el niño fuera a estarse fuera de casa otra noche, posiblemente sería fatal. Pero, de cualquier formar, supongo que de ninguna manera lo dejarás ir hasta dentro de unos pocos días.
–Claro que no, no durante una semana al menos; más aún si la herida no está curada.
Nuestra visita al hospital había llevado más tiempo del que habíamos calculado, y el Sol empezaba ya a hundirse antes de que saliéramos. Cuando Van Helsing vio lo oscuro que estaba ya, dijo:
–No hay prisa. Es más tarde de lo que creía. Vamos, vamos a buscar un lugar donde podamos comer y después podemos seguir nuestro camino.
Cenamos en Jack Straw’s Castle junto con una pequeña multitud de ciclistas y otros que parecían bastante ruidosos de forma agradable. Sobre las diez de la noche empezamos nuestro camino desde la taberna. Estaba muy oscuro y las escasas lámparas hacían que la oscuridad fuera aún mayor que una vez estábamos fuera de sus radios individuales. El Profesor evidentemente había tomando nota del camino a tomar, pues avanzaba sin dudar ni un instante; pero, en lo que a mí respecta, estaba algo liado con la localización. Cuanto más avanzábamos, menos y menos gente encontrábamos, hasta que al final nos sorprendía encontrarnos incluso con la patrulla de policía a caballo haciendo sus rondas suburbanas habituales.
Por fin llegamos al muro del cementerio, que escalamos. Con algunas pequeñas dificultadas (pues era muy de noche, y el sitio entero nos era extraño), encontramos el mausoleo de la Familia Westenra. El Profesor sacó la llave, abrió la puerta chirriante y, echándose para atrás, educadamente, pero casi subconscientemente, gesticuló para que le precediera. Había una ironía deliciosa en su oferta, en lo cortés de dar preferencia en una ocasión tan lúgubre. Mi compañero me siguió rápidamente, y cerró la puerta con cuidado, asegurándose de que la cerradura era de nula utilidad. En caso contrario, hubiéramos estado en un buen aprieto. Entonces, rebuscó en su bolsa, y sacó una cerilla y una vela, para proceder a encender una luz. La tumba de día, y cuando estaba adornada con flores, ya tenía un aspecto lo bastante lúgubre y desagradable; pero ahora, algunos días después, cuando las flores se extendían lánguidas y muertas con sus partes blancas volviéndose óxido y sus verdes en marrones; cuando la araña y el escarabajo han vuelto a su dominancia adquirida; cuando la piedra había perdido el color por el paso del tiempo, y el mortuorio estaba incrustado con polvo, y el hierro oxidado y deformado, y la hierba marchita, y el enchapado plateado estaba ahora apagado, devolviendo tan solo un leve reflejo de la vela, el efecto era más miserable y sórdido de lo que podría haber llegado a imaginar. Verbalizaba sin palabras ni escapatoria posible la idea de que la vida (la vida animal, biológica) no era la única que podía desaparecer.
Van Helsing comenzó su labor sistemáticamente. Sujetando su vela para que solo él pudiera leer las chapas de los ataúdes, y sujetándola para que su secreción lateral que caía en parches plancos que se solidificaban al tocar el metal no manchara, se aseguró de encontrar el ataúd de Lucy. Tras otra búsqueda dentro de su bolsa, sacó en destornillador.
– ¿Qué va a hacer? –pregunté.
–Abrir el ataúd. Todavía tienes que ser convencido –. Empezó a desatornillar el ataúd directamente, y finalmente levantó la tapa, mostrándome el revestimiento de grafito debajo. La visión fue casi demasiado para mí. Parecía que era tanto una afronta a los muertos como hubiera sido arrancarle las ropas mientras dormía en vida. De hecho, agarré su mano para que parara, pero él tan solo me dijo: «Ya verás» y continuó hurgando en su bolsa, hasta que sacó una pequeña sierra ondulada. Atacando con el destornillador a través de la cabeza con un ágil movimiento descendiente, que me hizo parpadear, hizo un pequeño agujero que era, a pesar de su tamaño, suficiente para que entrara la sierra. Había esperado la salida apresurada del gas de un cuerpo enterrado hacía ya una semana. Como doctores, que habían estudiado todos nuestros peligros, nos habíamos acostumbrado a este tipo de cosas, y me eché hacia atrás, hacia la puerta. Pero el Profesor no paró ni un instante; serró dos tercios de metro en un lado del ataúd de carbonita, y luego a lo ancho, y luego de nuevo hacia abajo por el otro lado. Aprovechando el extremo del borde más suelto, lo dobló hacia el pie del ataúd, sujetando la vela junto a la apertura, gesticulando hacia mí para que mirara.
Me acerqué y miré. El ataúd estaba vacío.
Esta fue, ciertamente, una sorpresa para mí, y algo considerablemente traumático, pero Van Helsing permanecía impasible.
– ¿Estás ya satisfecho, amigo John? –preguntó. Sentí como todas las obstinadas argumentaciones de mi naturaleza despertaban mientras le respondía:
–Estoy satisfecho de que el cuerpo de Lucy no esté en ese ataúd, pero eso tan solo prueba una cosa.
– ¿De qué se trata, amigo John?
–Que no está aquí.
–Es una buena lógica, dentro de lo poco que abarca. Pero, ¿cómo sabes, si acaso puedes, explicar que no esté aquí?
–Puede que sea un ladrón de cuerpos –sugerí –. Alguien trabajando para la funeraria podría haberlo robado –sentía que estaba diciendo barbaridades y, a pesar de ello, era la única alternativa que podía sugerir. El Profesor suspiró.
–Ah, ¡bueno! Debemos hallar alguna prueba. Ven conmigo.
Volvió a colocar la tapa del ataúd, recogió todas sus cosas y las metió en su bolsa, apagó la luz y colocó la vela dentro de su bolsa también. Abrimos la puerta y salimos. Detrás de nosotros, cerró la puerta y echó cerrojo. Me tendió la llave, diciendo:
– ¿La podrías guardar? Tienes que estar seguro –. Me reí; no era una risa alegre, me atrevo a decir. Mientras, le hice gestos para que se la quedara él mismo.
–Una llave no es nada en verdad –dije –; hay muchos duplicados, y no es difícil forzar un cerrojo de este tipo.
No dijo nada, pero guardó la llave en su bolsillo. Entontes me dijo que vigilara un lado del cementerio mientras él los observaba desde el otro lado. Me coloqué tras un tejo y vi una figura oscura moverse hasta que las lápidas en su camino y árboles la escondieron de mi vista.
Fue una vigilia solitaria. Justo cuando hube tomado mi posición oí en la distancia un reloj dando las doce, y después llegaron, puntuales, también la una y las dos1. Estaba excitado y enervado, y enfadado con el Profesor por arrastrarme en una tarea como esta y conmigo mismo con venir. Estaba demasiado frío y cansado para observar en detalle, y no lo bastante dormido como para violar mi confianza en él de golpe. Así que, en conclusión, pasé una experiencia miserable y angustiosa.
De golpe, conforme me giraba, creí ver algo similar a un rayo blanco, moviéndose entre dos tejos en la parte del cementerio más alejada de la tumba; al mismo tiempo que una forma oscura se movía desde el lado del Profesor desde el suelo y se apresuraba hacia el mismo punto. Después, yo también me moví, pero tenía que correr entre lápidas y tumbas levantadas y me caí sobre las sepulturas. El cielo estaba cubierto. Un poco más alejada, más allá de la línea de enebros, que marcaba el paseo de la iglesia; una figura blanca y tenue se dirigía con rumbo fijo a la tumba. La tumba en sí misma estaba escondida por árboles y no pude ver donde desaparecía la figura. Oí los crujidos del movimiento donde en primer lugar había visto la figura y, al llegar, me encontré al Profesor sujetando en sus brazos a un niño pequeño. Cuando me vio, me lo tendió diciendo:
– ¿Estás ahora satisfecho?
–No –dije, en un tono que sentí como agresivo.
– ¿Acaso no ves a este niño?
–Sí, es un niño, pero, ¿quién lo trajo hasta aquí? ¿Y está herido? –pregunté.
–Eso está por ver –dijo el Profesor, y con un impulso nos dirigimos a la salida del cementerio, él cargando con el niño dormido. Una vez hubimos tomado cierta distancia, nos colocamos bajo un pequeño grupo de árboles y encendí una cerilla para mirar el cuello del niño. Sin un rasguño, de ninguna clase.
– ¿Tenía yo razón? –pregunté, triunfal.
–Llegamos justo a tiempo –dijo el Profesor, agradecido.
Teníamos ahora que decidir qué hacer con el niño, y así lo consultamos. Si lo llevábamos a la policía, tendríamos que testimoniar sobre nuestros movimientos aquella noche. Al menos, deberíamos dar un testimonio sobre cómo habíamos encontrado al niño. Así que, finalmente, decidimos que lo llevaríamos al Heath, y que cuando escucháramos a un policía llegar, lo dejaríamos allí donde fuera imposible que no lo encontrara; nosotros buscaríamos nuestra salida a casa lo más rápido posible. Todo salió bien. En uno de los bordes de Hampstead Heath oímos el pesado caminar de un policía, así que dejamos al niño en su camino, y esperamos y observamos hasta que él lo iluminó con su linterna al completo. Oímos sus exclamaciones de sorpresa, y después nos marchamos en silencio. Por pura casualidad conseguimos un taxi cerca de «Los Españolitos[2]» y así bajamos hasta la ciudad.
No consigo dormir, así que registro esta entrada. Pero debo tratar de al menos conseguir dormir unas horas, pues Van Helsing me va a llamar a mediodía. Insiste en que debo ir con él en otra expedición.
[1] Old Parr es Thomas Parr, el hombre más longevo de Reino Unido. Da nombre a un Whisky.
[2] En el original «The Spaniards», no me he podido resistir.
Por si a alguien le parece demasiado complicado este juego de texto que, sí, puede antes estuviera un tanto enresevado: la una y las dos son horas.
Hola. Supongo que la traducción la estás realizando tú. En ese caso debes tratar de darle lógica a las palabras que usas para traducir, deben tener sentido en español, además de trasmitir la idea correcta original. En la entrada de este día he encontrado algunos frases que no me cuadraban, así que busqué el original y pues claro, había sido mal traducido. En la parte donde dice "he told me to watch at one side of the churchyard whilst he would watch at the other" tu traducción dice "yo vigilaba un lado mientras él observaba a los otros", cuando debiste decir simplemente "yo vigilaba un lado mientras él vigilaba el otro". En el mismo párrafo dice "I saw his dark figure" (ví su oscura figura [la de Van Helsing]), mientras tú traduces "vi una oscura figura(la figura de quién?). En el siguiente párrafo dic: "a distant clock strike twelve, and in time came one and two". La traducción correcta sería "un reloj distante marcó las doce, y a tiempo marcó la una y las dos". Y no tu traducción más literal e inentendible "a tiempo vinieron uno y dos". Dices que en Google encontraste "algún lugar lejano, un amur recientemente plantado". De dónde sacaste esa traducción? Se está hablando de un gallo cantando. Nada que ver tu traducción. Esto me deja dudas sobre la calidad de la traducción en entradas anteriores, y en si debería continuar leyendo tus entradas posteriores. A fin de cuentas para estar seguro me subscribi a la versión en inglés y me descargué el libro en español, para cuándo consiga cosas sin sentido en tus traducciones, poder buscar el original y su correcta traducción. Ponle más corazón