DIARIO DE JONATHAN HARKER
(Escrito en código taquigráfico).
30 de Junio, por la mañana
Puede que estas sean las últimas palabras que escriba jamás en este diario. He dormido justo antes del amanecer y, al despertarme, me he puesto en marcha inmediatamente, pues tengo claro que si la Muerte viene a por mí, debe encontrarme listo.
He sentido finalmente ese sutil cambio en el aire, indicando que la mañana había llegado. Entonces, llegó a mí la bienvenida alba y por fin me sentí a salvo. Con un corazón agradecido abrí la puerta y corrí escaleras abajo hasta la entrada. Ya había visto que la puerta estaba abierta y ahora me encontraba frente a la oportunidad de escapar. Con manos que temblaban con ansia, desenganché las cadenas que retenían los monumentales engranajes.
Sin embargo, la puerta no se movió. La desesperación me invadió. Tiré y tiré de la puerta y la zarandeé hasta que, gigantes como era, traqueteó en el sitio. Vi el cerrojo atrancado. Había sido cerrada tras dejar al Conde.
Cuando el salvaje deseo de obtener esa llave a cualquier precio me poseyó, decidí en aquel mismísimo lugar e instante escalar la pared de nuevo hasta el cuarto del Conde. Podía haberme matado, pero la muerte parecía el menor de los males. Sin pausa alguna me apresuré a la ventana este y gateé por la pared tal y como había hecho antes. Estaba vacía, tal y como había esperado. Atravesé la puerta de la esquina y descendí las escaleras por el oscuro pasaje de la vieja capilla. Ahora ya sabía perfectamente donde encontrar al monstruo que deseaba.
La gran caja seguía en el mismo sitio, junto a la pared, pero su tapa estaba colocada, aunque sin cerrar, con los clavos perfectamente posicionados para ser martilleados a su destino último. Sabía que debía alcanzar el cuerpo para encontrar la llave, así que alcé la tapa, apoyándola contra la pared. Entonces, vi algo que hizo que mi mismísima alma se colmara de terror. Allí yacía el Conde, pero con toda su juventud renovada, pues el pelo y bigote se habían vuelto de un oscuro gris metalizado; los pómulos eran menos pronunciados y la pálida piel ahora parecía tener una tonalidad rojiza bajo la misma; la boca era más roja que nunca, pues sus labios estaban cubiertos en sangre fresca que goteaba de sus bordes, resbalando por su barbilla y cuello. Incluso los profundos y llameantes ojos parecían haberse colocado en mitad de la carne hinchada, pues párpados y ojeras se encontraban turgentes. Daba la sensación de que la totalidad de aquella horrible criatura había sido cebada con sangre. Yacía como una asquerosa sanguijuela, agotado de su propia repleción. Me estremecí mientras me inclinaba para tocarlo y todo en mi persona se revolvía con el contacto, pero tenía que investigarlo, o estaba perdido. La noche venidera mi propio cuerpo podría servir como banquete similar para las tres infames. Me tiré sobre él, pero no puede encontrar tan siquiera un atisbo de la llave. Entonces, me detuve para observar al Conde. Había una sonrisa burlona en su rostro hinchado que parecía querer hacerme perder la cordura. Este era el ser que estaba ayudando a llevar hasta Londres, donde, quizás por los siglos venideros, podría, usando a la abundante multitud, saciar su lujuria por la sangre, creando un nuevo círculo en continua expansión de semi-demonios para saciarse gracias a los indefensos. El mero pensamiento me enloqueció. Un terrible deseo me invadió de librar al mundo de tal monstruo. No tenía ningún arma letal a mano, pero agarré una pala que los trabajadores habían usado para rellenar los ataúdes y, alzándola bien alto, le golpeé con la esquina de frente, en su odioso rostro. Pero, mientras lo hacía, su cabeza se giró y sus ojos se clavaron en mí con un fuego de odio salvaje. La visión me paralizó y la pala se torció en mi mano, alejándose de la cara y dejándole en su lugar un tajo profundo en la frente. La pala cayó de mi mano al otro lado de la caja y, mientras trataba de recuperarla, el reborde de su parte metálica se atascó en la esquina de la tapa, que volvió a caer sobre el ataúd, apartando la horrible criatura de mi vista. En un último vistazo, pude ver la cara hinchada, manchada de sangre y con una media sonrisa maliciosa que le hubiera servido para valérselas por sí mismo en el mismísimo infierno.
Le di muchas vueltas a cuál debía ser mi siguiente movimiento, pero mi cerebro se resistía a funcionar correctamente, en llamas como estaba; y decidí esperar a que el sentimiento de desesperación me invadiera por completo. Mientras esperaba, oí en la distancia una canción gitana cantada por voces alegres que se acercaban y, al compás de su canción, se oía el rodar de pesadas ruedas y el chasquido de los látigos; los Szganys y eslovacos mencionados por el Conde estaban llegando. Tras un último vistazo en rededor y a la caja que contenía el vil cuerpo, hui hasta volver al cuarto del Conde, determinado a desaparecer en el momento en el que la puerta fuera abierta. Escuché con absoluta atención, oyendo escaleras abajo el rechinar de la llave al entrar en el gran cerrojo, seguido de la pesada puerta al abrirse. Debe haber otra forma de entrar, o alguien tenía la llave para una de las puertas cerradas. Entonces, llegó el sonido de muchos pies caminando pesadamente antes de perderse en algún pasaje que me hacía llegar un eco metálico. Me giré para correr escaleras abajo hasta la cripta, donde igual lograba encontrar la nueva entrada, pero justo entonces una violenta ráfaga de viento que parecía venir de ninguna parte cerró con un poderoso impacto la puerta de la escalera sinuosa, haciendo que el polvo de los bordillos se elevara en el aire. Cuando me apresuré a tratar de abrirla, me di cuenta de que estaba firmemente cerrada. Era prisionero de nuevo y la red de mi perdición se cercaba en torno a mí más y más.
Mientras escribo esto el sonido de pisadas firmes pesadas en el pasaje inferior y el chocar de cuerpos pesados dejados caer a la fuerza (sin lugar a duda, las cajas, con su cargamento de pura tierra). Se oye el sonido de martillazos; se trata de las cajas siendo selladas. Ahora puedo oír más pisadas pesadas avanzando por la entrada, con muchos otros pasos mucho más ligeros acompañándolos por detrás.
La puerta se ha cerrado y las cadenas traquetean; hay un rechinar de la llave en el cerrojo; puedo ir como retiran la llave. Entonces otra puerta se abre y cierra; puedo ir el crujir de cerrojo y goznes.
¡Atención! En el patio y bajando por el escarpado camino se oye el rodar de pesadas ruedas, el chasquido de los látigos y el coro de los Szganys mientras se alejan en la distancia.
Estoy solo en el castillo con esas terribles mujeres. ¡Ugh! Mina es una mujer y no guardan parecido alguno. ¡Son demonios del Abismo!
No debo permanecer solo con ellas; debo tratar de escalar la pared del castillo hasta aún más lejos de lo que lo he intentado hasta ahora. Debo llevarme parte del oro conmigo, en caso de necesitarlo más tarde. Puede que aún encuentre una forma de huir de este horrible lugar.
Y, entonces, ¡lejos hacia casa! ¡Lejos hasta el más rápido y cercano tren! ¡Lejos de este lugar maldito, esta tierra maldita, donde el demonio y su prole todavía caminan la tierra bajo mis pies!
Al menos la piedad de Dios es mayor que la de estos monstruos, incluso si el precipicio es escarpado y elevado. A sus pies un hombre podrá descansar…como un hombre.
¡Adiós a todos!
¡Mina!
A sus pies un hombre podrá descansar…como un hombre. Que buena parábola y referencia a: El hombre libre elige, el esclavo obedece (de Andrew Ryan).