DIARIO DE JONATHAN HARKER
(Escrito en código taquigráfico).
17 de Junio
Esta mañana, mientras estaba sentado en el borde de mi cama exprimiéndome el cerebro, oí fuera el restallido de un látigo y las pisadas y raspones de pezuñas de caballos subiendo por el camino más allá del patio exterior. Con alegría, me apresuré a la ventana, para ver llegar a la explanada dos grandes carruajes, cada uno tirado por ocho imponentes caballos y, a la cabeza de cada par, un eslovaco con su sombrero amplio, grueso cinturón tachonado con clavos, piel de oveja sucia y botas altas. Portaban también largas varas en su mano. Me apresuré a la puerta, con la intención de bajar y tratar de encontrarme con ellos a mitad del hall principal, pues creía que quizás este camino les estuviera permitido. Con perplejidad, descubrí que mi puerta había sido de nuevo atrancada desde fuera.
Entonces corrí de nuevo a mi ventana y les grité. Ellos miraron hacia arriba con expresiones estúpidas y me señalaron, pero justo en ese momento el hetman de los szgany salió y, dándose cuenta de que señalaban a mi ventana, dijo algo a lo que todos replicaron con risas. De ahí en adelante, ningún esfuerzo que pudiera hacer, ningún grito lastimoso o súplica agonizante, haría que volvieran a mirarme. Me dieron la espalda con resolución. Los carruajes contenían grandes cajas rectangulares, con asas de gruesa cuerda; estaban claramente vacías, pues los eslovacos las manejaban sin mayor problema, así como por el sonido que emitían al ser movidas sin cuidado alguno. Una vez hubieron descargado todas, para después colocarlas apiladas en una esquina del patio, los eslovacos recibieron algo de dinero de los szgany y, tras escupir sobre este para su fortuna, avanzaron con pereza hasta la altura de sus respectivos caballos. Poco después, pude oír el chasquido de sus látigos diluirse conforme se alejaban.