DIARIO DE JONATHAN HARKER
(Escrito en código taquigráfico).
Más tarde: mañana del 16 de Mayo
Dios guarde mi cordura, pues a esto he sido reducido. Seguridad y el sentimiento de seguridad son cosas del pasado. Mientras viva aquí tan solo hay una esperanza para mí; no volverme loco. Esto es si, de hecho, no estoy ya loco. Si en verdad mantengo la cordura, entonces seguro que me enloquece el pensar que, de todas las infames cosas que acechan en este odioso lugar, el Conde me parece la menos terrible; pues si se trata solo de él puedo tratar de buscar mi seguridad, incluso si es tan solo por servirle para sus propósitos. ¡Dios bendito! ¡Dios benevolente! Permíteme mantener la calma, pues si me distancio de ella me acercaré inevitablemente a la locura. Empiezo a ver desde otra perspectiva ciertas cosas que me confundían. Hasta ahora nunca había llegado a entender del todo a lo que Shakespeare se refería cuando hizo a Hamlet decir:
« ¡Rápido, mi diario! ¡Apuntaré en mi diario que un hombre puede sonreír y sonreír, y ser un villano! (etc.)». (N/T: el texto reproducido en la novela original no corresponde exactamente con el que se conversa del libreto de Shakespeare, pues se trata del texto de una adaptación de un muy buen amigo de Stoker (COF COF COF). Corresponde a este fragmento de la Escena V, Acto I de Hamlet; más o menos. Lo importante es esa intensidad del momento de necesitar dejar por escrito lo que estás presenciando - que Hamlet es genial, just saying-).
Pues, sintiendo que incluso mi propio cerebro podría acabar desatado, o si el shock acaba llevando a su degeneración, al menos tendré mi diario como apoyo. El hábito de escribir entradas fieles a la realidad debe ayudar a relajarme.
La misteriosa advertencia del Conde me asustó en su momento, y me causa aún mayor temor cuando ahora pienso en ella, pues en el futuro él tiene un temible poder sobre mí. ¡Temo tan siquiera el poner en duda lo que llegue a decir!
Una vez hube terminado de escribir en mi diario, tuve la fortuna de poder esconder en mi bolsillo libro y bolígrafo al sentir cierta somnolencia. La advertencia del Conde me vino a la cabeza, pero me permití el placer de desobedecerla. La sensación de sueño se estaba adueñando de mí, y con esta la obstinación de la que el sueño es precursor. La suave luz de luna resultaba calmante, y la amplia explanada exterior me dio una sensación de libertad que me revitalizó. Decidí no volver aquella noche a los lúgubres y perturbadores cuartos; en su lugar, dormiría aquí donde, tiempo ha, damas se habían sentado y cantado y vivido dulces vidas mientras sus gentiles pechos entristecían por la ausencia del género masculino, lejos en mitad de crueles guerras. Arrastré un gran diván fuera de su sitio cerca de una esquina y, mientras me encontraba tirado en él, podía observar la hermosa vista al Este y Sur y, sin pensar o preocuparme por el polvo, me acomodé para dormir. Supongo que debí haberme quedado dormido; lo espero, pero me temo que no, pues todo lo que ocurrió a continuación fue extremadamente vívido…tan vívido que ahora, sentado en la brillante luz de la mañana, no puedo ni tan siquiera comenzar a creer que fuera un sueño.
No estaba solo. El cuarto era el mismo, sin el más mero cambio desde que entré; podía ver por el suelo, en la brillante luz de luna, mis propios pasos marcados donde había desordenado las acumulaciones de polvo. En la tenue luz frente a mí había tres mujeres jóvenes; damas, por sus ropajes y posturas. En aquel momento pensé que tenía que estar soñando pues, aunque la luz provenía de detrás suyo, no proyectaban sombra alguna al suelo. Se acercaron a mí y me observaron durante cierto tiempo, para después empezar a susurrar entre ellas. Dos tenían piel oscura y altas narices aguileñas, como el Conde, con grandes ojos oscuros penetrantes que parecían casi rojos en contraste con el pálido amarillo de la luna. La otra era pálida, tan pálida como un ser humano puede ser, con una impresionante melena rubia ondulada y ojos que parecían pálidos zafiros. Me dio la sensación de que ya la conocía, y que la conocía por algún fantasioso temor, pero era incapaz de recordar el cómo o el dónde. Las tres tenían brillantes dientes blancos que brillaban como perlas contra el tono carmesí de sus voluptuosos labios. Había algo en ellas que me hacía sentirme incómodo, un tipo de anhelo que era a la par un miedo mortal. Mi corazón deseaba, de forma maliciosa y ardiente, que ellas me besaran con aquellos rojos labios. Sé que no es bueno poner esto por escrito pues, si los ojos de Mina capturan estas palabras, le harán daño; pero es la verdad. Susurraron entre sí y después se rieron… ¡que risa más musical y cristalina! Más, también era dura, tanto que parecía imposible que hubiera podido ser producida por labios humanos. Era como la intolerable pero hormigueante dulzura del sonido de vasos de cristal tocados por una mano hábil. La joven pálida cabeceó coquetamente y las otras dos la alentaron. Una dijo:
– ¡Vamos! Tú primera y nosotras hemos de seguirte; tuyo es el derecho a comenzar –la otra añadió:
–Es joven y fuerte; hay besos para todas –. Me mantuve en silencio, con la vista gacha en la agonía de la deliciosa anticipación. La joven pálida avanzó y se inclinó sobre mí hasta que tuve el movimiento de su respiración sobre mí. Dulce era en cierta manera, dulce como la miel, y provocó el mismo cosquilleo a través de mis nervios que su voz, pero con notas ácidas bajo la dulzura, una ofensiva ácida, como la que se puede oler en la sangre.
Tenía miedo de alzar la vista, pero miré hacia ella desde mi postura y vi perfectamente bajo mis pestañas. La chica se arrodilló para tenderse sobre mí, meramente regodeándose. Había en todo aquello una voluptuosidad deliberada que encontraba tan excitante como repulsiva y ella arqueó su cuello y se lamió los labios como haría un animal, hasta que pude ver en el reflejo de la luna como el escarlata de sus labios y lengua se habían humedecido, mientras esta última recorría los blancos y afilados dientes. Más y más abajo fue su cabeza mientras sus labios descendían bajo mi boca y barbilla y parecían acelerarse hacia mi cuello. Entonces, se paró y pude oír el agitado sonido de su lengua mientras lamía dientes y labios, mientras sentía el caliente aliento en mi cuello. Entonces, la piel de mi garganta comenzó a cosquillear como la carne hace cuando la mano que va a estimularla se acerca más y más…y más. Puede sentir el suave, tembloroso roce de los labios sobre la piel extremadamente sensible de mi cuello y las fuertes dentelladas de dos afilados dientes, tan solo posándose y pausándose justo allí. Cerré mis ojos en un lánguido éxtasis y esperé…esperé con el corazón acelerado.
Pero, en ese mismo instante, otra sensación me sacudió con la velocidad del rayo. Era consciente de la presencia del Conde, y de cómo su ser parecía envuelto en una tormenta de furia. Mientras mis ojos se abrían involuntariamente, vi como su fuerte mano agarraba el delgado cuello de la mujer pálida y, con el poder de un gigante tiraba de él hacia atrás; los ojos azules transformados por la furia, los blancos dientes ansiosos con ira y las blancas mejillas centelleando rojas con pasión. ¡Pero el Conde…! Nunca hubiera podido imaginar tal cólera y furia, ni siquiera de los demonios del Averno. Sus ojos genuinamente ardían. La luz roja en ellos era estridente y llamas de fuego infernal danzaban en su interior. Su cara había alcanzado una palidez mortecina y sus arrugas y líneas faciales se marcaban con la intensidad de cables; las densas cejas que se juntaban sobre su nariz parecían ahora una barra de metal incandescente. Con un fiero barrido de su brazo, apartó a la mujer de sí, para después moverse hacia las otras, como si fuera a abatirlas. Era el mismo gesto imperioso que le había visto usar contra los lobos. En una voz que, aunque grabe y casi susurrada, parecía cortar el aire para después resonar por todo el cuarto, dijo:
– ¿Cómo os atrevéis a tocarlo, cualquiera de vosotras? ¿Cómo os atrevéis a posar vuestros ojos en él cuando yo lo he prohibido? ¡Atrás, os ordeno! ¡Este hombre me pertenece! Cuidad de como jugueteáis con él de ahora en adelante, u os tocará lidiar conmigo –. La joven pálida, con una risa de procaz coquetería, se giró para responderle:
–Tú nunca has sido capaz de amar por ti mismo, ¡nunca has amado! –En este punto se unieron las otras mujeres; en una risa seca, desalmada y dura que reverberó por el cuarto y casi logra que me desmaye. Parecía el placer de los demonios. El Conde se giró, miró mi rostro cuidadosamente y dijo con un suave susurro:
–Sí, yo también puedo amar. Vosotras mismas lo sabéis por el pasado que compartimos. ¿No es así? Bueno, ahora os prometo que cuando haya acabado con él podréis besarlo a vuestro antojo. Ahora, ¡iros! ¡Fuera! Debo despertarle, pues aún tenemos trabajo que hacer.
– ¿No tendremos nada esta noche? –dijo una de ellas, con una risa grave, mientras señalaba la bolsa que él había tirado al suelo, que se movía como si hubiera algo vivo en su interior. Como toda respuesta, él asintió con la cabeza. Una de las mujeres se lanzó hacia la bolsa y la abrió. Si mi oído no me engañaba, hubo un grito ahogado y un llanto grave, tal como es el de un niño semi-asfixiado. Las mujeres la rodearon, mientras yo me encontraba paralizado con horror, pero, mientras miraba, desaparecieron y, con ellas, la terrible bolsa. No había puerta alguna cerca de ellas, y no podían haber pasado junto a mí sin que me diera cuenta. Simplemente, parecían haberse desvanecido en los rayos de la luz lunar y haber atravesado así la ventana, pues pude ver fuera las leves y sombrías formas durante un momento antes de que desaparecieran por completo.
El terror me superó por fin y me sumergí en una profunda inconsciencia.
Me desperté en mi propia cama. Si todo esto no ha sido un sueño, el Conde debe de haberme traído hasta aquí. He tratado de darme una explicación satisfactoria a mí mismo, pero no he podido llegar a ningún resultado incuestionable. Es innegable que hay pequeñas evidencias, como pueden ser que mis ropas estuvieran dobladas y tendidas en un estilo que no corresponde con mis hábitos. Mi reloj estaba todavía en torno a mi muñeca y estoy rigurosamente acostumbrado a quitármelo justo antes de meterme en la cama, y así muchos otros detalles de similar cariz. Pero estas cosas no son prueba, pues pueden haber sido evidencias de que mi mente no funciona como debería y, por una causa u otra, es cierto que he estado constantemente en un estado alterado los últimos días. Debo encontrar pruebas. Hay una cosa de la que me alegro: si el Conde realmente me ha traído hasta aquí y desnudado, debe de haber estado apresurado en su tarea, puesto que mis bolsillos están intactos. Estoy seguro de que mi diario para él hubiera sido un misterio que no hubiera tolerado. Lo hubiera tomado y destruido. Mientras miro en torno a este cuarto, aunque ha estado para mí tan lleno de temor, ahora es alguna clase de santuario, pues nada puede ser más terrible que esas horribles mujeres; que estaban…que están…esperando para chupar mi sangre.
Arte por Breo Álvarez, (@breoalvarez en IG), usado con su consentimiento.
Tengo grabada esta escena desde chaval por la película del Coppola (¿por qué será...? ^_^) pero al leerla se me hizo mas erótica y cruel si cabe.
Hay gente que tiene sueños candentes y luego está el amigo Jonathan...