(Escrito en código taquigráfico).
8 de Mayo
He empezado a temer que al escribir en este cuaderno estuviera siendo demasiado abstracto, pero me veo aliviado al darme cuenta de que entré en detalle desde el primer momento, pues hay algo tan extraño en este lugar y todo dentro del mismo que no puedo evitar sentirme incómodo. Ojalá pudiera marcharme lejos, o no haber venido nunca. Igual es esta extraña existencia nocturna afectándome, pero no hay nadie más. Solo tengo al Conde como compañía y él…tengo miedo de ser yo mismo el único ser vivo del lugar. Déjame ser prosaico tanto como los hechos me lo permiten; podría ayudar a aguantarlos y la imaginación no debe rebelarse en mí. Si lo hace, si me invade, estoy perdido. Déjame explicar mi situación actual…o lo que esta aparenta ser.
Apenas logré dormir unas pocas horas al irme a la cama y, cuando sentí que era incapaz de seguir durmiendo, me levanté. Había colgado mi espejo de afeitar junto a la ventana y comencé a afeitarme. De repente, sentí una mano sobre mi hombro y oí la voz del Conde dándome los buenos días. Me sobresalté, pues me sorprendía no haberle visto, dado que la superficie reflejada en mi espejo correspondía a toda la habitación tras de mí. En mi sobresalto me había cortado ligeramente, pero no me di cuenta en el propio momento. Tras responder al saludo del Conde, me giré al espejo de nuevo para tratar de entender mi error. Esta vez, no había equivocación justificable, pues el hombre estaba junto a mí y podía verle por el rabillo del ojo. Sin embargo, ¡no había reflejo suyo en el espejo! La habitación entera detrás de mí se podía ver reflejada; pero no había rastro alguno de un hombre en ella, salvo por mí mismo. Esto era estremecedor y, siendo una de ya muchas pequeñas evidencias acumuladas, empezaba a crecer en mi un vago sentimiento de incomodidad que aparecía acaba vez que el Conde se acercaba; pero, entonces, me distraje por el corte, que había sangrado ligeramente, y la sangre caída sobre mi barbilla. Dejé caer la cuchilla, dándome media vuelta para buscar alguna gasa protectora adhesiva. Cuando el Conde vio mi rostro, sus ojos resplandecieron con lo que parecía ser furia demoníaca y, antes de que pudiera reaccionar, estaba agarrándome de la garganta. Me alejé y su mano rozó el collar de cuentas que sujetaba el crucifijo. Se produjo un cambio instantáneo en él, pues su furia pasó tan rápidamente que costaba creer que alguna vez hubiera existido.
–Cuídese –dijo –. Cuide cómo se corta. Es más peligroso de lo que usted piensa en este país – entonces, tomando en su mano el espejo para afeitarse, continuó –y este condenado objeto es el culpable de tal malicia. Es un repugnante elemento de fruslería, marca de la vanidad del hombre. ¡Fuera! –y, abriendo la pesada ventana con un solo movimiento de su terrible mano, tiró fuera el cristal, que se deshizo en miles de piezas sobre las piedras de la explanada bajo nosotros. Entonces, se marchó sin añadir una palabra. Fue muy inoportuno, pues ahora no sé cómo afeitarme, a no ser que sea con la ayuda de la carcasa de mi reloj o el fondo de la propia cubeta para afeitarme, que, por desgracia, es metálica.
Cuando marché al comedor, el desayuno estaba listo, pero el Conde no estaba por ninguna parte. Así que desayuné solo. Era extraño no haber visto al Conde todavía comer o beber. ¡Debe ser un hombre muy peculiar! Después de desayunar exploré el castillo un rato. Subí las escaleras, encontrándome con un cuarto orientado hacia el Sur. Las vistas eran magníficas y desde donde me encontraba era imposible no darse cuenta de ello. El castillo estaba en el borde de un terrible precipicio. ¡Una piedra que cayera desde la ventana podía caer más de trescientos metros sin rozar con nada! Tan lejos como el ojo alcanza a ver hay un mar verde de copas de árboles, con ocasionales y profundas roturas donde se encuentra una hendidura en el terror. Aquí y allí hebras plateadas donde los ríos serpentean en profundos cañones que atraviesan los bosques.
Sin embargo, no me siento en la disposición adecuada para describir nada bello, pues he visto aquello que hay que ver al explorar más en profundidad: puertas, puertas, puertas por todas partes; todas ellas cerradas y atrancadas. En ninguna parte salvo las ventanas del castillo se puede encontrar una salida válida.
El castillo es, en definitiva, una verdadera prisión… ¡y yo soy uno de sus prisioneros!
Al darme cuenta de que estaba prisionero, un sentimiento salvaje me poseyó. Empecé a correr escaleras arriba y abajo, tratando de abrir toda puerta y sacando la cabeza a través de toda ventana que pude encontrar; pero, después de cierto tiempo, la convicción de que estaba desamparado superó cualquier otro sentimiento que pudiera experimentar. Cuando pienso en ello, horas después, me doy cuenta de que había sido un necio en aquel momento, comportándome como una rata en una trampa. Sin embargo, cuando la convicción de que no tenía escapatoria terminó de asentarse en mí, con una discreción como nada antes en mi vida, comencé a pensar cuál debería ser mi proceder. Todavía sigo en ello y todavía tengo que llegar a alguna clase de conclusión definitiva. Solo estoy seguro de una cosa; no tiene ningún sentido comunicarle mis ideas al Conde. Él sabe perfectamente que estoy atrapado y, al haberlo hecho él mismo (y tiene sin lugar a dudas motivos propios para ello), tan solo trataría de engañarme si le confío los hechos tal y como son. Tal y como lo veo ahora mismo, mi único plan sería guardarme todo lo que sé para mí mismo, junto con mis miedos y mis ojos bien abiertos. Estoy, soy consciente de ello, siendo engañado, cuán infante, por mis propios miedos, o en un terrible apuro; si se trata de este último supuesto, necesito de toda mi inteligencia para salir del apuro.
Apenas había llegado a dicha conclusión cuando oí la gran puerta de abajo cerrarse, y supe que el Conde había retornado. No vino directamente a la biblioteca, así que fui cautelosamente a mi propio cuarto, encontrándomelo haciéndome la cama. Esto era extraño, pero tan solo confirmaba lo que yo ya pensaba: no había sirvientes en la casa. Cuando, más tarde, le vi a través de las aberturas de las bisagras de la puerta preparando la mesa del comedor, tuve mi re-afirmación; pues si se encarga de acciones de tan baja categoría, sin lugar a dudas no hay nadie más para hacerlas. Esto me causó un escalofrío, pues si no había nadie más en el castillo, había tenido que ser el propio Conde el conductor que me trajo. Esto era un pensamiento terrorífico, pues significaba que podía controlar a los lobos, tal y como hizo, con un mero alzamiento de su mano en silencio. ¿Por qué exactamente toda la gente en Bistrita y en la caravana estaban tan aterrados por mí? ¿Con qué motivo me dieron el crucifijo, el ajo, la rosa salvaje, o la ceniza de montaña? ¡Bendita sea la mujer que colgó el crucifijo en torno a mi cuello!, pues es un verdadero consuelo y apoyo siempre que lo toco. Es extraño que una cosa que he sido educado para considerar con desdén y como idolatría en el peor sentido posible se haya convertido en tiempos de problemas y soledad en una verdadera ayuda. ¿Es algo en la esencia del objeto como tal, o se trata de un medio, una ayuda tangible, que reconduce memorias de simpatía y seguridad? En algún momento, si se dieran las circunstancias propicias, debo examinar esta materia y tratar de llegar a una conclusión. Mientras tanto, debo descubrir todo lo que pueda sobre el Conde Drácula, pues me puede ayudar para entender mi situación. Esta noche podría hablar de sí mismo, si dirijo la conversación propiciamente. Debo ser precavido, sin embargo, para no despertar sus sospechas.
Medianoche
He tenido una larga tertulia con el Conde. Le he preguntado algunas cosas sobre la historia de Transilvania y él ha entrado en materia encantado. En su forma de hablar tanto de eventos como personas, especialmente en lo referente a batallas, daba la sensación de que hubiera estado presente en todas ellas. Tras el hecho, ha explicado que para un boyar el orgullo de su casa y apellido es Su Propio Orgullo, que su gloria familiar lo es también suya personal, así como su destino. Siempre que hablaba de su casa siempre utilizada el «nosotros» y hablaba casi en plural, como el discurso de un rey. Desearía haber podido transcribir exactamente lo que dijo, pues era realmente fascinante. Parecía contener la historia entera del país. Se excitaba más y más conforme iba hablando y andaba por el cuarto estrujando su bigote blanco y agarrando cualquier cosa a su alcance con tanta fuerza que fácilmente podría haberla roto. Un evento que me relató que considero debo dejar por escrito con la mayor fidelidad posible, pues refleja a su manera la historia de su raza, fue el que sigue:
«Nosotros los Sículos (N/T: szekelys en húngaro) tenemos derecho a sentirnos orgullosos, pues por nuestras venas corre la sangre de muchas valientes razas que lucharon tal y como un león lucha, por su dominancia. Aquí, en este remolino de razas europeas, la Tribu Úgrica trajo desde Islandia el espíritu combativo que Thor y Wodin les dieron, que sus berserkers expusieron con tal intensidad en las costas europeas, ¡ay!, y de Asia y África también, hasta que las gentes creían que eran verdaderos hombres-lobo viniendo. Aquí, también, cuando fueron, encontraron a los Hunos, cuya furia guerrera destrozó la tierra como una llama ardiente, hasta que los pueblos murientes abrazaron el hecho de que en sus venas corría la sangre de aquellas viejas brujas quienes, expulsadas de Escitia habían fornicado con los demonios del desierto. ¡Insensatos! ¡Insensatos! ¿Qué demonio o bruja ha sido nunca tan grande como Atila, cuya sangre aún corre por estas venas?» Alzó sus brazos. « ¿Es de extrañar que seamos una raza conquistadora, que seamos orgullosos, que cuando los Magiares, los Lombardos, los Avar, los Protobúlgaros, o los Turcos mandaran a sus miles de soldados contra nuestras fronteras, los hiciéramos retornar? ¿Es extraño acaso que cuando Arpad y sus legiones arrasaron la tierra patria de Hungría nos encontrara a nosotros aquí al llegar a la frontera, que La Conquista Húngara de la Cuenca de los Cárpatos (N/T: Honfoglalás en húngaro) se completara aquí? ¿Y que, cuando la inundación húngara barriera el Este, los Sículos fueran declarados como hermanos por los Magiares victoriosos, y durante siglos confiados con la guarda de la frontera turca? ¡Ay! Y, aún más, el eterno deber de guardar la frontera, pues, como los Turcos dicen “el agua duerme, pero el enemigo no”. ¿Quién hubiera estado más dispuesto que nosotros en las Cuatro Naciones para recibir la “espada sangrante”, o a su llamada de guerra ir en bandada más rápido bajo el estandarte del Rey? ¿Cuándo fue redimida la gran vergüenza de mi nación, la vergüenza de Cassova, cuando las banderas de los Magiares y los Valacos sucumbieron bajo la Medialuna? ¿Quién fue sino uno de nuestra propia raza como Voivode quién cruzó el Danubio y derrotó a los Turcos en su propio suelo? ¡Fue Drácula, por supuesto! Woe era su hermano no merecedor, y cuando hubo caído, vendió a sus gentes a los Turcos y ¡trajo la vergüenza de la esclavitud a ellos! ¿No fue Drácula acaso quien inspiró que el resto de su raza en una época más tardía que una y otra vez trajera a sus fuerzas al gran río de Turquía? Quién, incluso después de ser derrotado, volvía una y otra y otra vez, incluso si tenía que ir solo hasta el sangriento campo donde sus tropas habían sido masacradas, ¡pues sabía que sólo él podría dar la victoria! Decían que solo pensaba en sí mismo. ¡Bah! ¿De qué sirven los campesinos sin un líder? ¿Dónde acaba la guerra sin un cerebro y un corazón que la lidere? De nuevo, cuando, tras La Batalla de Mohács, expulsamos a los húngaros; nosotros los de la sangre de Drácula estábamos entre sus líderes, pues nuestro espíritu no podía asumir que no éramos libres. Ah, joven, los Sículos (y los Drácula son la sangre de sus corazones, sus cerebros y sus espadas) pueden presumir de un record de crecimiento como esporas del que los Habsburgo o los Romanoff jamás alcanzarán. Los días de guerra han acabado. La sangre es algo demasiado preciado estos días de paz deshonrosa; y las glorias de las grandes razas son tan solo una historia que contar».
Era ya prácticamente la mañana y nos fuimos a la cama. (Memorándum: ese diario se parece terriblemente al comienzo de Las Mil y Una Noches, pues todo acaba con el amanecer… o como el fantasma del padre de Hamlet).