DIARIO DE JONATHAN HARKER
(Escrito en código taquigráfico).
29 de Junio
Hoy estaba fechada mi última carta y el Conde ha tomado precauciones para probar que es genuina, pues le he visto de nuevo abandonar el castillo por la misma ventana, vistiendo mis ropas. Mientras bajaba por la pared, en puro estilo reptiliano, deseé haber poseído una pistola o cualquier otra clase de arma letal, para así poder haberle destruido; pero mucho me temo que no hay arma creada exclusivamente por el hombre que pueda tener efecto alguno en él. Me he atrevido a no esperar a su regreso, pues temía la visión de aquellas fatídicas hermanas. Volví a la biblioteca, donde leí hasta caer dormido.
Fui despertado por el Conde, que me miró tan hostilmente como un hombre puede llegar a hacerlo mientras me decía:
–Mañana, mi amigo, debemos partir. Usted volverá a su hermosa Inglaterra; yo, a ciertos asuntos que podrían concurrir en que nunca nos volvamos a encontrar. Su carta de retorno ha sido enviada; el día de mañana no estaré aquí, pero todo estará listo para su viaje. Por la mañana vendrán los Szganys, que tienen algunas labores propias de las que ocuparse, y también algunos eslovacos. Cuando hayan partido, mi carruaje vendrá a por usted y deberá llevarle hasta el Desfiladero del Borgo para encontrarse con la diligencia que va de Bukovina a Bistrita. Más espero llegar todavía a verle aquí, en el Castillo de Drácula –. Sospechaba de él y estaba determinado a probar su sinceridad. ¡Sinceridad! Casi resulta una profanación de la propia palabra el escribirla en relación con tal monstruo…así que le pregunté sin mayor dilación:
– ¿Por qué no podría irme esta misma noche?
–Porque, querido señor, mi cochero y sus caballos han marchado por una tarea.
–Pero puedo caminar con gusto. Me gustaría marcharme inmediatamente –él sonrió, con una sonrisa tan dulce, natural y diabólica que supe que había algún truco detrás de su carisma. Me dijo:
– ¿Y su equipaje?
–No es importante. Puedo enviar a alguien a por él más adelante.
El Conde se levantó y dijo, con una cortesía tan dulce que tuve que frotarme los ojos, parecía tan real…
–Ustedes los ingleses tienen una expresión a la que guardo mucho aprecio, pues su espíritu es el mismo que manda sobre nosotros los boiardos: «Acoge a los que vengan, apresura a los que se marchan». Venga conmigo, mi querido y joven amigo. No ha de pasar ni una mera hora en contra de su voluntad, incluso si su partir me produce pesar y sea su deseo tan repentino. ¡Venga! –con una gravedad majestuosa, portando su lámpara, me abrió paso escaleras abajo y a través de la entrada. De golpe, se paró.
– ¡Atención!
Muy cerca de nosotros, comenzó el aullido de muchos lobos. Casi parecía que el sonido saliera y se dispersara desde su mano, como la música de una gran orquesta parece modelarse bajo el batón de su director. Tras una pausa momentánea, procedió, sin perder sus aires majestuosos, hasta la puerta, quitó los cerrojos, las pesadas cadenas y comenzó a abrirla.
Para mi absoluta sorpresa, vi que estaba abierta. Cautelosamente, miré en torno mío, pero no pude ver llave alguna.
Conforme la puerta se empezaba a abrir, el aullido de los lobos aumentó en volumen y ferocidad; sus mandíbulas escarlata, con dientes incisivos y sus garras retraídas mientras avanzaban, cruzaron la puerta que aún se estaba abriendo. Supe entonces que confrontar al Conde era inútil. Con aliados así bajo su mando, no podía hacer nada. Pero la puerta continuaba abriéndose lentamente y tan solo el cuerpo del Conde se interponía en el espacio que se iba abriendo. De golpe, me di cuenta de que aquel era el momento y el modo de mi desgracia final; iba a ser servido a los lobos, por mi propia instigación nada menos. Había una diabólica maldad en cualquier idea lo suficientemente buena para provenir del Conde y en el último momento grité:
–Cierre la puerta, ¡esperaré a la mañana! –me cubrí la cara con las manos para esconder mis agrios llantos de decepción. Con un solo movimiento de su poderoso brazo, el Conde cerró la puerta y los grandes engranajes se movieron, creando un eco que reverberó por toda la entrada mientras se recolocaban en sus posiciones cerradas.
En silencio, volvimos a la biblioteca. Tras un minuto o dos, me marché a mi propio cuarto. La última visión que tuve del Conde Drácula fue como besaba mi mano; con un brillo rojizo de triunfo en sus ojos, y una sonrisa que haría que Judas en el Inferno se sintiera orgulloso.
Ya en mi cuarto, a punto de dejarme caer en la cama, creí oír suspiros al otro lado de mi puerta. Me acerqué con cuidado para escuchar. A no ser que mis oídos me estuvieran traicionando, pude oír la voz del Conde:
– ¡Marchaos, iros de vuelta a vuestro lugar! Vuestro momento todavía no ha llegado. ¡Esperad! ¡Tened paciencia! Esta noche es mío. ¡La noche de mañana será vuestro! –Hubo entonces una pequeña ola de dulce y grave risa y, en un ataque de rabia, abrí la puerta de golpe y vi allí fuera las tres terribles mujeres lamiéndose los labios. Con mi aparición, se unieron en un terrible carcajeo antes de marchar con premura.
Volví a entrar en mi cuarto y me dejé caer de rodillas. ¿Tanto se acerca ya el fin? ¡Mañana! ¡El día por venir! Dios, ayúdame, ¡y aquellos a los que guardo en mi corazón!