DIARIO DE JONATHAN HARKER
(Escrito en código taquigráfico).
25 de Junio, por la mañana
No hay hombre que sea capaz de comprender lo dulce y adorada que puede ser la mañana para su corazón y vista hasta que haya sufrido la Noche. Cuando el Sol se alzó tan alto esta mañana que sobrepasó la monumental entrada frente a mi ventana, el elevado punto que alcanzaba me parecía como si la paloma del Arca se hubiera posado allí mismo. Mi miedo me abandonó como si se hubiera tratado de una vaporosa vestimenta que se hubiera desecho en mitad de aquella calidez. Debo actuar de alguna manera mientras el coraje del Día me acompaña. La noche pasada una de mis cartas posfechadas se mandó, la primera de una fatal serie que va a distorsionar el mismísimo rastro de mi existencia en la Tierra.
No me dejéis pensar en ello. ¡Manos a la obra!
Siempre ha sido durante la noche cuando he sido acosado o amenazado, o acabado en peligro o temeroso de una forma u otra. No he visto todavía al Conde en la luz del día. ¿Podría ser que durmiera durante la vigilia de los otros, que se despierte mientras ellos duermen? ¡Si tan solo pudiera entrar en su cuarto! Pero no hay forma de hacerlo. La puerta siempre está cerrada, no tengo posibilidad alguna.
Cierto; hay una manera, si me atreviera a probarla. ¿Acaso por dónde su cuerpo ha ido no puede ir otro cuerpo? Yo mismo le he visto trepar desde su ventana. ¿Por qué no debería imitarle y entrar yo por la suya? La probabilidad de que fracaso es altísima, pero mi necesidad es aún mayor. Debo arriesgarme. En el peor de los casos hallaré la muerte; y la muerte de un hombre no es la del venado y el temido Más Allá puede que aún me abra sus puertas. ¡Dios me ayude en mi labor! Adiós, Mina; si fracaso, hasta siempre, mi fiel amiga y segundo padre; adiós a todos, ¡y una despedida final para Mina!
Mismo día, más tarde
He hecho el esfuerzo y, Dios en su generosidad, me ha ayudado a retornar de una pieza a este cuarto. Debo describir todo detalle en orden. Marché cuando mi coraje todavía era fresco directamente a la ventana del Ala Sur, y salí de una al estrecho relieve de piedra que rodea el edificio por este lado. Las piedras son grandes y de bordes burdos, y la argamasa entre ellas se ha desgastado por el paso del tiempo. Me quité las botas y me aventuré con cierta desesperación. Miré hacia abajo una única vez, para asegurarme así de que un vistazo al temible abismo no bastaría para sobrepasarme; pero después mantuve la vista firmemente alejada de este. Era perfectamente consciente de la dirección y la distancia a la ventana del Conde y me abrí pasado lo mejor que pude, prestando atención a todas las oportunidades que se me presentaban. No me mareé (supongo que estaba demasiado excitado) y el tiempo se mi hizo ridículamente corto hasta que me encontré frente al alfeizar de la ventana, tratando de subir el bordillo. Estaba absolutamente agitado, a pesar de que logré arrodillarme para deslizarme con los pies por delante a través de la ventana. Entonces, miré alrededor en busca del Conde, pero, para mi sorpresa y alivio, hice un descubrimiento dispar. ¡El cuarto estaba vacío! Apenas había un par de curiosos elementos junto al mobiliario, que parecían no haber sido nunca usados; los muebles tenían un estilo similar al de los cuartos del Sur y estaban cubiertos en polvo. Busqué la llave, pero no estaba en el cerrojo y no la conseguí localizar por ninguna parte. La única cosa que encontré fue una gran pila de oro en una esquina; oro de toda clase: romano, y británico, y austríaco, y húngaro, y griego, y dinero turco; todo cubierto de una capa de polvo, como si llevara mucho tiempo allí acumulado. Nada de lo que vi tenía menos de trescientos años. Había también cadenas y otros ornamentos; algunos enjoyados, pero todos ellos viejos y manchados.
En una esquina de la habitación había una puerta de aspecto pesado. Traté de abrirla, pues, siendo que no podía encontrar la llave del cuarto o la llave de la puerta más externa (que era el principal objeto de mi búsqueda), debía examinar más en detalle la estancia, o todo mi esfuerzo habría sido en vano. Estaba abierta, dando a un pasaje de piedra que llevaba a una escalera circular, que descendía hasta las profundidades. Avancé, poniendo mucho cuidado en donde pisaba, pues las escaleras estaban oscuras, tan solo iluminadas por los resquicios en la densa arquitectura. Al fondo había un pasaje oscuro, similar a un túnel, a través del cual se filtraba un olor desagradable, mortecino; el olor de tierra vieja removida hacía poco. Mientras avanzaba por el pasaje, el olor se volvió más intenso y cercano. Finalmente, abrí una pesada puerta que estaba encajada, para encontrarme en una vieja capilla en ruinas, que era evidente que había sido usada como cementerio. El techo estaba roto y se podían ver dos rastros de pasos que llevaban a las criptas, pero el suelo había sido levantado recientemente y la tierra de este colocada en grandes cajas de madera, manifiestamente aquellas que los eslovacos habían traído. No había nadie en las cercanías, y presté atención a cualquier otro punto de acceso, pero no había ninguno. Estudié entonces hasta el último punto del suelo, para no dejar pasar ni la más nimia oportunidad. Bajé incluso a las criptas, donde la tenue luz apenas llegaba, a pesar de que causara pavor en mi mismísima alma. Entré a dos de ellas, pero no vi nada salvo fragmentos de viejos ataúdes y montones de polvo. En el tercero, por el contrario, hice un descubrimiento.
Allí, en una de aquellas grandes cajas de las que había cincuenta en total, sobre una acumulación de tierra recientemente extraída, ¡estaba el Conde! Estaba o bien muerto, o bien dormido; no podría asegurar cuál de ambas…pues sus ojos estaban abiertos e impertérritos, pero sin la falta de brillo esperable en muerte…y sus mejillas mantenían la calidez de la vida a pesar de su palidez; los labios más rojos que nunca. Pero no había signo alguno de movimiento, pulso alguno, ni aliento; ni siquiera el latido de su corazón. Me incliné sobre él y traté de encontrar algún signo de vida, pero fue en vano. No puede haber permanecido aquí tendido demasiado tiempo, pues el olor a tierra hubiera desaparecido a las pocas horas. Junto a la caja estaba su sobrecubierta, agujereada aquí y allí. Pensé que quizás llevaba las llaves consigo, pero, cuando fui a buscarlas, me fijé en sus ojos muertos y, en ellos, a pesar de su carencia de vida, vi tal odio, aunque fuera inconsciente a mí o a mi presencia, que hui del lugar, abandonando el cuarto del Conde por la ventana, trepando de nuevo por la pared del castillo. Retornando a mi cuarto, me dejé caer en la cama jadeante y traté de pensar…