Nota: este fragmento en el texto original va junto con el anterior. Jack lo graba todo de una vez (se duerme después de ver a mi niña Lucy, pobre hombre). Sin embargo, ocurre en dos días y, por lo tanto, esta parte corresponde al 21 de Septiembre, no al 20. Para lectura de diario me parece más correcto partirlo. Sin embargo, en audio me parece que ha sido un acierto por parte de Re: Drácula el hacerlo de una vez para mayor dramatismo (distintos medios, distintos recursos).
DIARIO DEL DOCTOR SEWARD - continuación
El funeral fue organizado para el día siguiente, para que Lucy y su madre pudieran ser enterradas juntas. Atendí a todas las deprimentes formalidades y el encargado de la funeraria probó que todo su equipo estaba afligido (o bendecido) con una suavidad obsequiosa en su quehacer. Incluso la mujer que llevó a cabo los últimos arreglos para los muertos me remarcó, de forma confidencial, de profesional a profesional en profesiones muchas veces hermanadas, cuando salió de la morgue:
–Incluso como cadáver resulta muy hermosa, señor. Es un verdadero privilegio el haber podido atenderla. ¡No hace falta ni que decir que dará cierto crédito a nuestro establecimiento!
Me di cuenta de que Van Helsing siempre se mantenía cerca. Esto era posible gracias a lo caótico del estado de la casa. No había familiares cerca, y como Arthur tenía que volver al día siguiente para el funeral de su padre, no pudimos notificar a nadie que tuviera que estar advertido. Bajo estas circunstancias, Van Helsing y yo asumimos la responsabilidad de examinar todos los papeles, etc. Insistió en estudiar los papeles de Lucy él mismo. Le pregunté por qué, pues temía que, siendo extranjero, no entendiera bien los tecnicismos legales del inglés y que en su ignorancia creara algún contratiempo innecesario. Me contestó:
–Lo sé, lo sé. Te olvidas de que, aparte de doctor, también soy abogado. Pero no se trata exclusivamente del aspecto del Derecho. Lo sabías, cuando evitaste tener que pasar por el forense. Hay que evitar a más gente aún. Podría haber algunos papeles más…como estos –. Conforme hablaba, sacó del cuaderno de bolsillo el memorándum que había estado en el pecho de Lucy y que ella había creído romper en sueños.
–Si encuentras algo a nombre del abogado encargado de la difunta Señora Westenra, sella todos los papeles y escríbele esta noche. En lo que a mí respecta, vigilaré aquí en el cuarto y en el antiguo cuarto de Miss Lucy toda la noche, y buscaré yo mismo lo que pudiera ser. No estaría bien que sus mismísimos pensamientos fueran a manos de extraños.
Me puse con mi parte del trabajo, y en otra media hora encontré nombre y dirección del abogado de la Señora Westenra y le escribí. Todos los papeles de la pobre señora estaban en regla; directrices explícitas describiendo dónde ser enterrada habían sido dadas. Apenas había sellado la carta cuando, para mi sorpresa, Van Helsing entró en el cuarto.
– ¿Puedo ayudarte, amigo John? Estoy libre y, si así lo requieres, mis servicios son tuyos.
– ¿Has encontrado lo que buscabas? –le pregunté, a lo que replicó:
–No buscaba ninguna cosa en particular. Esperaba encontrar, y he encontrado, todo lo que había…algunas cartas y un par de memorándums, y un diario recién empezado. Pero los tengo aquí y por el momento no debemos decir nada de los mismos. Veré al pobre muchacho mañana por la tarde y, con su beneplácito, los leeré.
Cuando terminamos todas las tareas, me dijo:
–Y, ahora, amigo John, creo que deberíamos echarnos. Necesitamos dormir, tanto tú como yo, y descansar para recuperarnos. Mañana tendremos mucho que hacer, pues por la noche no hay necesidad de ninguno de los dos. ¡Entonces!
Antes de marcharme fuimos a ver por última vez a la pobre Lucy. La funeraria había hecho su trabajo remarcablemente bien, pues el cuarto se había convertido en una pequeña capilla ardiente. Había un espíritu salvaje en las flores blancas y la muerte se había vuelto lo menos repulsiva que esta puede llegar a ser. El final de la serpenteante sábana yacía sobre su rostro; cuando el Profesor se acercó y la giró con gentileza, ambos nos quedamos pasmados con la belleza frente a nosotros, con las velas de cera dando la luz suficiente como para darnos cuenta propiamente. Todo aquello que merecía ser amado en Lucy había vuelto a ella en su muerte y, en las horas previas, en lugar de dejar marcas de los «dedos del deterioro dejando su rastro», había vuelto la belleza de la vida, hasta que dejé de ver posible que lo tuviera delante fuera un cadáver.
El Profesor estaba extremadamente serio. No la había amado como yo y no había necesidad alguna de lágrimas en sus ojos. Me dijo:
–Quédate aquí hasta que vuelva –y se marchó del cuarto. Volvió con un puñado de ajos silvestres de la caja que reposaba en el recibidor, pero que no había sido abierta, y puso las flores entre el resto y entorno a la cama. Después, tomó de su propio cuello, por dentro de su camisa, un pequeño crucifijo de oro, que colocó sobre la boca. Devolvió la sábana a su lugar y nos marchamos.
Me estaba desvistiendo en mi propio cuarto cuando, avisando antes con un golpe en la puerta, Van Helsing entró y comenzó a hablar:
–Mañana quiero me traigas antes del anochecer un set de cuchillos post-mortem.
– ¿Para llevar a cabo una autopsia? –pregunté.
–Sí y no. Quiero operar, pero no como crees. Déjame decirte ahora, pero ni una palabra a otra persona. Quiero cortarle la cabeza y arrancarle el corazón. ¡Ah! Tú eres un cirujano, ¡y aun así estás perplejo! Tú, a quién he visto sin temblor alguno de mano o corazón, hacer operaciones de vida o muerte que harían a cualquier otro sufrir escalofríos. Oh, pero no debo olvidar, mi querido amigo John, que tú la amabas; y no lo he olvidado, por lo que soy yo el que operará y tú tan solo ayudarás. Me gustaría hacerlo esta noche, pero por Arthur no debo; él estará libre tras el funeral de su padre mañana y querrá verla, verlo. Entonces, cuando esté en el ataúd lista para el día siguiente, tú y yo vendremos cuando todos duerman. Desatornillaremos la tapa del ataúd y llevaremos a cabo nuestra operación y, después, reemplazaremos todo, para que nadie lo sepa, salvo nosotros.
–Pero, ¿por qué hacer todo esto? La chica ha muerto. ¿Por qué mutilar su pobre cuerpo sin necesidad alguna? Y, si no hay necesidad para un examen post-mortem ni nada que ganar con él...nada bueno para ella, para nosotros, para la ciencia, para el Conocimiento Humano… ¿por qué hacerlo? Sin tales propósitos, es un acto monstruoso.
Como toda respuesta, puso una mano en mi hombro y dijo, con infinita ternura:
–Amigo John, compadezco tu destrozado corazón; y te quiero más porque es capaz así de sangrar. Si pudiera, tomaría sobre mí mismo el mal que ahora tú cargas. Pero hay cosas que no sabes, pero que debes saber, y con cuyo conocimiento yo estoy bendecido, si bien no son cosas placenteras. John, mi niño, has sido mi amigo durante muchos años, ¿alguna vez me has visto hacer algo sin una buena causa? Puedo errar, no soy sino un hombre; pero creo en todo lo que hago. ¿No fueron estas las razones las que te llevaron a preguntar por mí cuando un gran problema se puso en tu camino? ¡Sí! ¿No estabas sorprendido, no horrorizado, cuando no he dejado a Arthur besar a su amor…a pesar de que ella estaba muriendo…y le he apartado con toda mi fuerza? ¡Sí! Y, a pesar de ello, has visto como ella me lo ha agradecido, con sus hermosos ojos moribundos, su voz, también, tan débil; y el beso sobre mi ruda vieja mano, y me bendijo. ¡Sí! ¿No has oído como le he prometido, que ha cerrado los ojos con agradecimiento? ¡Sí!
>> Bueno, pues tengo buena razón ahora para lo que quiero hacer. Durante muchos años has confiado en mí; has creído en mí durante las últimas semanas, cuando había cosas tan extrañas que bien podrías haber dudado. Créeme aunque sea un poco, amigo John. Si no confías en mí, entonces debo contarte lo que pienso; y eso puede que no esté bien. Y si debo trabajar (y trabajar debo, haya o no confianza) sin la confianza de mi amigo en mí, trabajo con un corazón apesadumbrado y siento ¡oh! tanta soledad cuando quiero toda la ayuda ¡y coraje posible! –Hizo una pausa durante un instante y continuó con solemnidad –. Amigo John, hay extraños y terribles días por delante. Deja que no seamos dos, sino uno, porque trabajamos para un buen fin. ¿No tendrás acaso confianza en mí?
Tomé su mano y se lo prometí. Sujeté la puerta mientras se iba y le observé dirigirse a su cuarto y cerrar la puerta. Mientras me mantenía allí de pie, sin moverme, vi como una de las doncellas recorría en silencio el pasaje (me daba la espalda, así que no me vio) y entrar en el cuarto en el que Lucy yacía. La visión me tocó profundamente. La devoción es algo tan escaso, y somos tan agradecidos a aquellos que lo muestran con total honestidad a aquellos que amamos. Aquí estaba, una pobre chica dejando de lado el terror que naturalmente debe sentir hacia la muerte para ir sola a visitar el féretro de la ama a la que amaba, para que lo que quedaba de la pobre no estuviera solo hasta ser depositado en eterno descanso...
Debo de haber dormido larga y profundamente, pues era pleno día cuando Van Helsing me ha despertado entrando en mi cuarto. Se aproximó a mi cama y dijo:
–No te molestes en ir a buscar tus cuchillos, no hace falta que lo hagamos.
– ¿Por qué no? –le pregunté. Pues su solemnidad la noche anterior me había impresionado sobremanera.
–Porque –dijo con severidad –es demasiado tarde… ¡O demasiado pronto! ¡Mira! –Alzó ante mis ojos el pequeño crucifijo dorado –. Fue robado esta noche.
–Pero, si fue robado… –pregunté, sorprendido –, ¿cómo lo tiene usted ahora?
–Porque lo recuperé de la moza sin futuro que lo robó, de la mujer que roba a muertos y vivos. Su castigo llegará, seguro, pero no por mí; ella no sabe las repercusiones finales de lo que hizo y, al no saber, tan solo robó. Ahora, debemos esperar.
Se marchó tras decir aquello, dejándome con un nuevo misterio en el que pensar, un nuevo puzle en el que centrarme.
Lo que quedaba de mañana fue un tiempo terrible, pero a medio día llegó el abogado: el Señor Marquean, de Wholeman Sons, Marquand & Lidderdale. Era muy cordial y apreciativo de lo que se había hecho, y se encargó por nosotros de todos los detalles particulares. Durante la comida nos dijo que la Señora Westenra llevaba ya cierto tiempo esperando una muerte repentina por su corazón y había dejado todos sus asuntos en orden. Nos informó de que, con la excepción de una propiedad concreta del padre de Lucy que ahora, al no estar especificada de forma concreta, volvía a una rama familiar lejana, todo el estado, físico y personal, era dejado a Arthur Holmwood en su totalidad. Cuando nos hubo dicho eso con sus propias palabras, continuó:
–Francamente, tratamos de evitar este tipo de testamento, y le señalamos algunas contingencias que podrían dejar a su hija sin un penique o no tan libre como para poder actuar con respecto a su alianza matrimonial. De hecho, presionamos en la materia tanto que casi acaba en «colisión», pues nos preguntó si no estábamos dispuestos a llevar a cabo sus deseos. Por supuesto, no nos quedó más alternativa que aceptar. Teníamos razón en el principio general, y en el noventa y nueve por cierto de los casos se nos hubiera probado en lo cierto, por la lógica de los eventos. Sin embargo, francamente, debo admitir que en este caso cualquier otra distribución podría haber hecho imposible el haber llevado a cabo sus últimas voluntades. Pues al preceder su muerte a la de su hija por cinco minutos, su propiedad hubiera, en caso de no haber habido testamento (y el testamento es una imposibilidad práctica en un caso así) hubiera sido tratada su defunción como bajo intestada. En este caso, Lord Godalming, a pesar de ser un amigo apreciado, no hubiera tenido reclamo alguno posible; y los herederos, siendo gente lejana, no hubieran dejado de lado lo que les corresponde por derecho por razones sentimentales que atañen a un completo extraño. Les aseguro, mis queridos señores, que me regocijo en el resultado, perfectamente regocijante.
Era un buen hombre, pero su regocijo en una pequeña parte (en aquella en la que tenía un interés profesional) de una tragedia de estas dimensiones, era un objeto auto-explicativo de las limitaciones en nuestra simpatía hacia él.
No se quedó mucho tiempo, pero dijo que volvería más tarde para ver a Lord Godalming. Su llegada, sin embargo, nos había proporcionado de por sí algo de confort, pues nos aseguraba que no tendríamos que temer críticas hostiles de ninguno de nuestros actos. A Arthur se le esperaba a las cinco en punto, así que quedaba poco antes de que visitara la cámara fúnebre. Más que nunca merecía este nombre, pues ahora madre e hija yacían en ella. El encargado de la funeraria, haciendo honor a su profesión, había creado la mejor disposición que pudo con lo que tenía y había un aire mortecino en el lugar que hacía que los ánimos bajaran por el mero hecho de entrar. Van Helsing ordenó que se recuperara la antigua disposición, explicando que, como Lord Godalming iba a llegar muy pronto, sería menos devastador para sus sentimientos si podía ver lo que quedaba de su prometida en la mayor soledad posible. El encargado pareció sorprendido de su propia estupidez y se obligó a sí mismo a dejar todo como estaba cuando nos fuimos la noche anterior, para que Arthur mantuviera la compostura en la medida de lo posible.
¡Pobre hombre! Parecía desesperadamente triste y roto; incluso su robusta hombruna parecía haberse encogido bajo la tensión de tantas emociones desgastadoras. Había tenido, lo sabía, una relación genuina y devotamente cercana a su padre y el perderlo, en un tiempo como aquel, fue un toque muy duro para él. Conmigo se mostraba aún más cariñoso que de costumbre, y con Van Helsing era amablemente cortés; pero no pude evitar darme cuenta de que estaba reprimiendo algo. El Profesor también se dio cuenta, y me movilizó escaleras arriba. Le acompañé, dejando a Arthur a las puertas del cuarto, pues creía que le gustaría pasar algo de tiempo a solas con ella, pero me tomó del brazo y me condujo al interior de la habitación, diciéndome con voz rota:
–Tú también la amabas, viejo amigo. Ella me lo contó todo, y no tenía amigo más cercano en su corazón que tú. No sé cómo agradecerte todo lo que has hecho por ella. No puedo todavía ni pensar…
De golpe, terminó de venirse abajo, y me rodeó con sus brazos por los hombros y reposó su cabeza sobre mi pecho, llorando:
–Jack, ¡oh, Jack! ¡Qué debo hacer! Toda mi vida parece haberme dejado al mismo tiempo, y no hay nada en todo el mundo para que merezca la pena que siga viviendo.
Le consolé como buenamente pude. En casos así, los hombres no necesitan demasiadas palabras. Una mano apretada, un brazo arropando por el hombro, un llanto al unísono…son expresiones de simpatía cercanas al corazón de un hombre. Me mantuve quieto, en silencio, hasta que sus llantos terminaron y, entonces, le dije con dulzura:
–Ven a verla.
Juntos, nos movimos sobre la cama y aparté el lino de su rostro. ¡Dios! Qué hermosa estaba. Cada hora parecía estar remarcando su hermosa. Me asustaba tanto como me fascinaba; y, en lo que respecta a Arthur, comenzó a temblar hasta que finalmente comenzó a sufrir escalofríos como si estuviera febril, dubitativo. Al fin, tras una larga pausa, me dijo en un débil susurro:
–Jack, ¿de verdad está muerta?
Confirmé con tristeza que así era y le propuse que (pues creía que tan terrible duda no debía permanecer viva ni un segundo más de la cuenta mientras dependiera de mí) suele ocurrir que tras la muerte los rostros se suavizan e incluso vuelven a su belleza de juventud; que esto sucede sobre todo cuando la muerte ha sido precedida de algún tipo de sufrimiento agudo y prolongado. Pareció despejar cualquier duda y, tras inclinarse junto al sofá durante un rato y mirarla con amor y deseo, se alejó. Le dije que esto era el adiós, pues el ataúd estaba siendo preparado; así que volvió, tomó su mano muerta en la suya y la besó, se inclinó y la besó en la frente. Se alejó, mirando con cariño sobre su hombro conforme lo hacía.
Le dejé en el salón y le dije a Van Helsing que ya se había despedido; así que este último vino a la cocina para decirle a los hombres de la funeraria que podían proceder con las preparaciones y a sellar el féretro. Cuando volvió a la habitación y le conté la pregunta de Arthur, me respondió:
–No estoy sorprendido. Justo ahora, ¡yo mismo lo he dudado!
Cenamos todos juntos, y pude ver que el pobre Art trataba de sacar el lado positivo a la situación. Van Helsing se mantuvo en silencio toda la velada, pero cuando encendimos nuestros cigarros dijo:
–Lord… –pero Arthur le interrumpió:
–No, no, nada de eso, ¡por Dios! Al menos, de ninguna manera todavía. Discúlpeme, señor, no quería hablarle de forma ofensiva. Es solo que…mi pérdida es demasiado reciente.
El Profesor respondió con dulzura:
–Solo he usado ese nombre porque dudaba. No puedo llamarte «Señor» y como he llegado a quererte… Sí, mi querido chico, te quiero…como Arthur.
Arthur alzó su mano y tomó la del viejo con cariño.
–Llámeme como desee. Espero que siempre tenga el título de ser su amigo. Y déjeme decirle que estoy falto de palabras para agradecerle su bondad hacia mi pobre amada –hizo una pausa antes de continuar –. Sé que ella entendió su bondad mejor que yo y, si he sido desagradable o de cualquier forma actuado mal con usted, debe usted debe recordar… –El Profesor asintió –… debe usted disculparme.
Él contestó con severa gentileza:
–Sé que era duro confiar en mí entonces, pues confiar con tanta violencia requería de entendimiento y entiendo que tú no…no puedes confiar en mí ahora, pues todavía no entiendes. Y podría haber más ocasiones en las que quiera que confíes cuando no puedas…y no logres…y no debas todavía entender. Pero vendrá un momento en el que toda la verdad te será desvelada por mí y entonces entenderás todo como si la luz del sol atravesara todo este asunto. Entonces, deberás bendecirme por, por tu propio bien y el de otros que he jurado proteger, no haber dicho nada antes.
–Y, por supuesto, por supuesto, señor –dijo Arthur con cariño -, debo siempre confiar en usted. Sé y creo que usted tiene un corazón muy noble y que es usted amigo de Jack, y que lo era de ella. Puede hacer como desee.
El Profesor se aclaró la garganta un par de vez, como si fuera a hablar, y dijo finalmente:
– ¿Puedo preguntarte algo ahora?
–Claro.
–Sabes que la Señora Westenra te ha dejado todo en propiedad, ¿verdad?
–No, pobre mujer, ni siquiera había pensado en ello.
–Pues todo es tuyo, tienes derecho a manejarlo como desees. Me gustaría que me dieras permiso para leer todos los papeles y cartas de la Señorita Lucy. Créeme, no es por pura curiosidad. Tengo motivos para creer, estate seguro, que ella lo hubiera aprobado. Las tengo todas aquí. Las tomé antes de que supiéramos que eran tuyas, para que así ningún desconocido pudiera tocarlas (tampoco ningún ojo extraño adentrarse en su alma). Las guardaré, si puedo; incluso si tú no debías verlas todavía, pero las mantendré a salvo. Ni una palabra se perderá y en buen tiempo te las devolveré. Es algo duro lo que te estoy pidiendo, pero, ¿lo podrás hacer, o no, por el bien de Lucy?
Arthur habló de corazón, como su antiguo ser:
–Doctor Van Helsing, puede hacer usted lo que desee. Siento que diciendo esto estoy haciendo lo que mi amada hubiera aprobado. No debo molestarle con preguntas hasta que llegue el momento.
El viejo Profesor se levantó, solemne.
–Tienes razón. Hay dolor para todos nosotros, pero no todo debe ser dolor; tampoco este dolor será el último que atestigüemos. Nosotros y tú también…tú más que ninguno, mi querido muchacho, tendremos que pasar por estas aguas turbulentas antes de llegar a puerto. Pero debemos ser valientes de corazón y generosos, y cumplir con nuestro deber, ¡y todo acabará bien!
Dormí en el sofá del cuarto de Arthur esa noche. Van Helsing no se fue a la cama en ningún momento. Fue de un lado a otro, como si patrullara la casa, y nunca dejó sin vigilancia el cuarto donde Lucy yacía en su ataúd, lleno de las flores silvestres de ajo, que mandaban, a través de las rosas y lirios, un potente, abrumador olor a la noche.