17 de Septiembre
Testimonio sobre el braguetazo de Mina y Jonathan (y absolutamente nada más)
DIARIO DE LUCY WESTENRA
17 de Septiembre
Cuatro días, con sus respectivas noches, de paz. Estoy recuperando mis fuerzas hasta el punto de que apenas me reconozco. Es como si hubiera estado atrapada en alguna clase de interminable pesadilla y me acabara de despertar para encontrarme con la hermosa luz del sol y sentir el aire fresco de la mañana en torno a mí. Tengo un leve recuerdo de largos y tensos tiempos esperando temerosa; de oscuridad en la que ni siquiera estaba presente el dolor causado por las esperanzas vanas para hacer el malestar más agudo; y los largos ataques de inconsciencia con la vuelta a la vida como si hubiera estado buceando en aguas de alta presión. Sin embargo, desde que el Doctor Van Helsing ha estado aquí conmigo, todas estas pesadillas parecen haber desaparecido; los ruidos que solían dejarme aterrada (el aleteo contra las ventanas, las voces distantes que parecían estar junto a mí, los agresivos sonidos que venían de ninguna parte y me comandaban a hacer aquello que no recuerdo…), todo ha cesado. Ahora me voy a la cama sin miedo alguno a dormir. Ni siquiera trato de mantenerme despierta. Le he acabado cogiendo cariño al ajo, y una caja llena de este llega cada día desde Harlem. Esta noche el Doctor Van Helsing se va, pues tiene que estar un día en Ámsterdam. Pero no necesito ser vigilada; ya estoy lo suficientemente bien para ser dejada sola. ¡A Dios agradezco la existencia de mi madre y mi querido Arthur, y por todos nuestros amigos, que tan buenos han sido! No debo tan siquiera sentir el cambio, pues la noche pasada el Doctor Van Helsing durmió en la silla casi todo el tiempo. Me lo encontré dormido dos veces al despertarme; pero no temía volver a dormirme, incluso si las ramas o murciélagos o lo que fuera golpeaba casi con enfado los paneles de mis ventanas.
DIARIO DEL DOCTOR SEWARD
17 de Septiembre
He pasado todo mi tiempo tras la cena en mi estudio poniéndome al día con mis libros que, bajo la presión de otros trabajos y las muchas visitas a Lucy, llevaba tristemente muy atrasados. De golpe, la puerta se ha abierto dando paso a la entrada apresurada de mi paciente, con su cara deformada con pasión extrema. Me quedé perplejo, pues que un paciente decida voluntariamente entrar en el estudio del superintendente es algo más que extraño. Sin un instante de pausa, fue directo hacia mí. Tenía un cuchillo de mesa y, al ver que era peligroso, traté de mantener la mesa entre ambos. Sin embargo, él resultó ser demasiado rápido y fuerte para mí; pues antes de que pudiera recuperar el equilibro, ya me había atacado y cortado mi muñeca izquierda profundamente. Sin embargo, antes de que pudiera atacarme de nuevo, me recompuse y logré que su ataque acabara siendo al aire, haciendo que su espalda acabara contra el suelo. Mi muñeca sangraba y un pequeño pero nada obviable charco empezaba a generarse sobre la moqueta. Vi que mi amigo no parecía ir a realizar ningún esfuerzo más, por lo que decidí ocupar mi mente cerrando bien mi propia herida, sin apartar la vista de la figura prostrada en ningún momento. Cuando los asistentes se apresuraron a entrar, tornamos nuestra atención hacia él, su postura casi me hace enfermar. Estaba tirado sobre su propio estómago en el suelo, chupándolo como un perro, sin dejar una gota de la sangre que había caído de mi muñeca herida. Le ataron a consciencia y, para mi sorpresa, se fue con los asistentes sin dar réplica alguna. Simplemente repitiendo una y otra vez: « ¡La sangre es vida! ¡El fuego es vida! ».
No puedo permitirme perder sangre ahora mismo; he perdido demasiada en los últimos tiempos para que mi salud perdure y, además, la prolongada enfermedad de Lucy y sus horribles fases así me lo piden. Estoy sobre-excitado, pero muy cansado; necesito descansar y no volver a despertar. Estoy feliz de que Van Helsing no me haya reclamado, pues no necesito ninguna distracción, esta noche podría hacerme bien dormir.
TELEGRAMA, VAN HELSING, ANTWERP, PARA SEWARD, CARFAX
(Mandado a Carfax, Sussex, pues no se dio referencia de condado alguno; entregado con un retraso de veintidós horas).
17 de Septiembre
Nos faltas en Hillingham esta noche. Si no estamos vigilando de forma constante, al menos debemos visitar y ver que las flores estén bien puestas; es muy importante; no falles. Estaré tan pronto como sea posible tras mi llegada.
MEMORANDUM DEJADO POR LUCY WESTENRA
17 de Septiembre. Noche
Escribo esto y lo dejo para que sea visto, de forma que nadie se meta en problemas por mi culpa. Es un informe exacto de todo lo que pasó aquella noche. Me siento morir de pura debilidad y apenas me quedan fuerzas para escribir, pero debo terminar por si muero mientras termino.
Me fui a la cama como de costumbre, cuidando de que las flores estuvieran donde el Doctor Van Helsing me había indicado, y me dormí pronto.
Me despertó el aleteo contra mi ventana, que había empezado después de que llegara sonámbula hasta la colina en Whitby cuando Mina me salvó, y que a estas alturas ya conocía tan bien. No tenía miedo, pero sí que hubiera deseado que el Doctor Seward hubiera estado en el cuarto contiguo (como el Doctor Van Helsing dijo que debería estar), para poderle haber llamado. Traté de irme a dormir, pero no podía. Entonces, me invadió el viejo temor al sueño, y decidí mantenerme despierta. El sueño trataría por métodos perversos de hacerme entrar en él quisiera o no; así que temía estar sola, por lo que abrí la puerta y llamé, preguntando si había alguien por allí.
No hubo respuesta alguna. Tenía miedo a despertar a mi madre, así que volví a cerrar la puerta. Entonces, entre los matorrales exteriores, pude oír lo que parecían ladrillos de perro, pero más fieros y graves. Fui a la ventana para mirar hacia fuera, pero no pude ver nada; con la excepción de un gran murciélago que, evidentemente, era el responsable del aporreo de mis ventanas. Así que volví a la cama, más aún determinada por no volverme a dormir. En aquel momento la puerta se abrió y mi madre echó una ojeada; dándose cuenta por mi forma de moverme que no estaba dormida, por lo que entró y se sentó a mi lado. Me dijo en un tono aún más dulce y suave que el que solía poner:
–Me preocupabas, querida, y he venido a ver qué tal estabas.
Temía que pudiera cogerse un resfriado de estar sentada allí, así que le dije que viniera a dormir conmigo, así que se tumbó a mi lado; no se quitó su camisón, pues dijo que solo estaría un rato y luego volvería a su propia cama. Conforme yacía entre mis brazos (y yo en los suyos), volvió al aleteo y golpeteo contra mi ventana. Mi madre comenzó a asustarse y gritó a voz en grito que qué era eso. Traté de tranquilizarla y, finalmente, lo logré y ella se dejó caer, agotada; pero podía ir su pobre corazón todavía repiqueteando. Tras cierto tiempo, el grave aullido se volvió a oír entre los matorrales, y poco después se oyó un golpe violento contra la ventana y miles de piezas de cristal se desperdigaron por el suelo. Las persianas se replegaron con el viento que entró apresuradamente, y en la apertura de los paneles rotos estaba la cabeza de un gran y cadavérico lobo gris. Madre chilló de puro terror y trató de incorporarse sentada, agarrándose con brío a cualquier cosa que pudiera servir para defenderse. Entre otras cosas, apretó contra sí el ramo de flores que el Dr. Van Helsing había insistido tanto en que llevara en torno a mi cuello, arrancándomelo así. Durante un par de segundos se sentó recta, señalando al lobo, y produjo un extraño y desagradable sonido gutural; después, se calló, como golpeada por un rayo, y su cabeza chocó contra mi frente, haciéndome perder total consciencia durante un momento. El cuarto y todo en su entorno parecía dar vueltas. Mantuve mis ojos fijos en la ventana, pero el lobo retiró su cabeza, y una miríada entera de pequeñas partículas parecieron venir hacia mí volando a través de la ventana rota, para comenzar a rodear el pilar de polvo que los viajeros describen como un simún en el desierto. Traté de erguirme, pero parecía estar sometida a alguna clase de hechizo, y el cuerpo de mi pobre madre, que parecía estar ya enfriándose…pues su corazón había cesado ya de latir…hundiéndome.
No recuerdo nada de este momento a un tiempo después.
No creo que pasara mucho tiempo, pero fueron unos momentos terribles, hasta que recuperé la consciencia de nuevo. Cerca de mí, una campana estaba repiqueteando. Los perros del vecindario aullaban y, en nuestra arboleda, aparentemente solo fuera, un ruiseñor cantaba. Estaba mareada y atontada por el dolor, el miedo y la debilidad, pero el sonido del ruiseñor parecía ser la voz de mi difunta madre, que volvía para consolarme. Los sonidos parecían haber despertado a las doncellas también, pues podía oír los pies descalzos tras mi puerta. Las llamé y vinieron y, cuando vieron lo que había ocurrido, y lo que era en verdad lo que yacía sobre mi cama, gritaron con histeria. El viento entraba arreciando por la ventana rota, y la puerta se cerró por ello. Levantaron el cuerpo de mi querida madre y lo dejaron de nuevo, cubierto por una sábana, en la cama tras haberme yo levantado. Estaban todas tan asustadas y nerviosas que les indiqué que fueran al comedor y tomaran todas un vaso de vino. La puerta se abrió rápidamente durante un instante para cerrarse de nuevo. Las doncellas se retorcieron, y luego fueron en una al comedor; y yo deposité las flores que me quedaban sobre el pecho de mi madre. Una vez estaban allí, recordé lo que el Doctor Van Helsing me había dicho, pero no las quité y, además, a partir de ahora siempre tendría algún criado vigilando junto a mí. Me sorprendió que las doncellas no volvieran. Las llamé, pero no obtuve respuesta alguna, y fui al comedor a buscarlas.
Mi corazón se hundió cuando vi lo que había pasado. Las cuatro yacían, sin posibilidad de ser salvadas, en el suelo, respirando pesadamente. El decantador de jerez estaba en la mesa medio lleno, pero había un olor extraño, agrio, en él. Me pareció sospechoso, y examiné el decantador. Olía a láudano y, mirando en el aparador, encontré la botella que el doctor de mi madre usa con ella (oh! que solía usar) vacía.
¿Qué debo hacer? ¿Qué debo hacer? He vuelto al cuarto con Madre. No puedo abandonarla y estoy sola, sin contar con los sirvientes dormidos, que alguien ha drogado. ¡Sola con los muertos! No me atrevo a salir, pues puedo oír el grave aullido del lobo a través de la ventana rota.
El aire sigue estando lleno de partículas, que floran y dan vueltas en la corriente proveniente de la ventana, y las luces brillan en un tono azul apagado. ¿Qué debo hacer? ¡Dios me escude de todo daño esta noche! Debo esconder este papel de mi pecho, donde lo encontrarán aquellos que vengan por mí. ¡Mi querida madre ya no está! Es hora de que yo me vaya también. Adiós, mi querido Arthur, si no logro sobrevivir a esta noche. Dios te guarde, ¡y Dios me ayude!
CARTA, MINA HARKER A LUCY WESTENRA
(Nunca abierta por esta)
17 de Septiembre
Mi queridísima Lucy…
Parece que hace siglos que no tenga noticias tuyas o, de hecho, desde que te he escrito. Me perdonarás, lo sé, por todas mis fallas cuando hayas leído todas las noticas que te traigo. Bueno, he recuperado a mi marido de una pieza; cuando hemos llegado al Exeter había un carruaje esperándonos y, en este, a pesar de haber tenido un ataque de gota, el Señor Hawkins. Nos llevó a su casa, donde había cuartos para todos, bien cómodos y agradables, y cenamos juntos. Después de cenar, el Señor Hawkins dijo:
–Mis queridos, quiero brindar a vuestra salud y prosperidad; y desear que toda bendición posible os sea concedida a ambos. Os conozco a ambos desde vuestra más tierna infancia y he, con amor y orgullo, visto cómo os hacíais adultos. Ahora quiero que vuestro hogar esté aquí conmigo. No tengo moza ni niño; todos se han ido, y en mi testamento os dejo todo –. Lloré, Lucy querida, mientras Jonathan y el anciano se daban la mano. Nuestra tarde fue una muy, pero que muy, feliz.
Así que aquí estamos, instalados en esta hermosa y antigua casa y tanto desde mi cuarto como desde el vestidor puedo ver los grandes olmos de la catedral, bien cercanos, con sus imponentes ramas negras sobre las viejas piedras amarillentas de la catedral y puedo oír a los grajos graznando y graznando y charlando y cotilleando todo el día, como lo harían los grajos…y también los hombres. Estoy ocupada, no hace falta que te lo explique, organizando todas las cosas y cuidando de la casa. Jonathan y el Señor Hawkins también están ocupados todo el día; pues, ahora que Jonathan es socio, el Señor Hawkins quiere contarle todo sobre los clientes.
¿Qué tal está tu querida madre? Desearía poder acercarme en un viaje rápido a la ciudad para veros, querida, pero no me atrevo a ir todavía, con tanta responsabilidad a mis espaldas y Jonathan todavía requiere de alguien que cuide atentamente de él. Está empezando a tener carne sobre sus huesos de nuevo, pero fue extremadamente debilitado por su larga enfermedad; incluso ahora a veces en sus sueños tiene un repentino ataque y se despierta temblando hasta que consigo tranquilizarlo a su habitual placidez. Sin embargo, gracias a Dios, estas ocasiones son cada vez menos frecuentes conforme pasan los días, y acabarán por desaparecer, espero. Ahora que te he contado mis noticias, déjame preguntarte por las tuyas.
¿Cuánto te vas a casar y dónde, y quién va a llevar a cabo la ceremonia, y qué vas a llevar puesto, y va a ser un evento público o una boda íntima? Cuéntamelo todo, querida; cuéntamelo todo de todo, pues no hay nada que te interese que no vaya a querer saber yo también. Jonathan me pide que te mande sus «respetuosos saludos», pero no creo que eso sea lo suficientemente bueno viniendo del nuevo socio de una firma tan importante como Hawkins&Harker; y, por lo tanto, como me amas, y él me ama, y yo os amo de todas las formas y en todas las acepciones del verbo, te envío simplemente su «amor» en su lugar. Hasta pronto, mi queridísima Lucy, todas mis bendiciones están contigo.
Tuya,
MINA HARKER.